La Noche Perdida de Sara

se puede ver a una mujer desnuda en una cama vista desde arriba



Este relato responde a un reto lanzado por un autor , que consistía en que, a partir de una imagen que en este caso era la de una mujer vista desde una perspectiva elevada y que estaba desnuda tumbada en una cama, crear un relato que se acoplara a la imagen (arriba os dejo la imagen)


 Bueno, pues por casualidad he leído el reto de este autor y me ha parecido interesante. No he creado un relato excesivamente erótico, más bien parco en cuanto a esa temática, pero como era un ejercicio de libre creación y como desconocía que extensión debía tener, no me he querido extender demasiado.


Pero bien, aquí os lo dejo, esto es lo que he escrito...




La Noche Perdida de Sara



Las primeras luces del alba, de imprevisto, sin pedir permiso alguno, nacidas de un novel horizonte  pintado de tímidos tonos ocres, azulados y rojizos, entraron a través de la desnuda ventana, que les dio la bienvenida, permitiendo que hicieran jirones las envolventes tinieblas que por doquier reinaban en la estancia.


Aquella súbita claridad, que contrastaba con la palidez de un cielo vespertino embotado por la grisácea polución de la ciudad, cumplió con su crónica labor, logrando así que Sara abriese los ojos.


Permaneció inmóvil mientras su vista se acostumbraba a la aún tenue luz que se derramaba por la habitación. iluminando con timidez hasta el más discreto de sus recovecos.


Pasaron unos segundos en los que no supo reaccionar al desconocido paisaje que se presentaba a su alrededor; por fin, como movida por un resorte, se incorporó en el lecho y examinó el contorno que la cercaba, esta vez prestando mayor atención a los detalles que conformaban aquel ignoto lugar.


De forma súbita, un batallón de preguntas sin orden ni concierto comenzó a agolparse en su psique sin que fuera capaz de responder tan siquiera a una sola de ellas.


En un momento dado, bajo su vista, dirigiéndola hacia sí misma, para descubrir su estilizada figura bañada por la desnudez más absoluta.


—¿Dónde estoy? ¿Qué me ha pasado? ¿Por qué estoy desnuda? ¿Dónde está mi ropa? ¿Cómo he llegado aquí?... —Y otras muchas preguntas lógicas que cualquiera se haría de estar viviendo una situación tal.


Pero no fueron aquellas preguntas las que hicieron que un escalofrío eléctrico subiera por su espina dorsal, obligándola a plegarse sobre sí misma, acercando las rodillas al pecho y rodeándolas con ambos brazos, a la vez que, con nerviosismo y con sus preciosos ojos azules abiertos más de lo que nunca los había tenido, volvió a recorrer con su vista, asistida por un rápido movimiento de cuello y cabeza, la totalidad de la estancia en busca de alguna figura humana que delatara la presencia de alguien más en la desconocida alcoba.


El corazón, que por un momento había pugnado por escapar de su pecho en un endiablado repiqueteo feroz, poco a poco fue recobrando un ritmo más acompasado al ya ser consciente la preciosa y dulce Sara de que la soledad era su compañera de viaje en aquel lugar.


Una vez hubo tenido la certeza de aquella vital premisa, casi de inmediato saltó de la cama con un claro objetivo en mente: era primordial encontrar su ropa, vestirse y abandonar aquel lugar antes de que hiciese acto de presencia, quien quiera que la hubiese conducido hasta allí.


Su corazón de nuevo volvió a saltar dentro de su pecho, llevado por la urgencia de la acción, y otra vez, de nuevo, volvió a refrenar su colérico palpitar al encontrar su ama y señora, la ropa desperdigada por el suelo, pudiendo así recogerla y vestirse sin perder más tiempo.


La joven de torneadas caderas y voluptuosos pechos amontonó la ropa encima de la cama, se sentó al borde de esta y comenzó rápidamente a vestirse. La primera prenda que, lógicamente, aferró con unos dedos tensos y fríos fue su tanga, pero en vez de ponérsela, se quedó mirándolo, ciertamente desconcertada.


La íntima prenda se encontraba desgarrada desde la parte izquierda superior del elástico de la cinturilla hasta casi la mitad del frontal de la misma; alguien debía haber intentado quitársela de forma apresurada y soezmente desmedida, hasta llegar casi a dividirla en dos pedazos deshilachados de tela rasgada.


También se percató de la humedad que destilaba y acercándosela a la nariz, la olió en un vano intento de recordar los detalles del suceso.


El aroma que pudo percibir que emanaba del tanga era inconfundible; era el característico olor de su sexo, cuando excitada, segregaba una gran cantidad de fluido vaginal.


Aquello, aunque no le reveló los sucesos acaecidos, sí que la hizo deducir que hubiese pasado lo que hubiese pasado; a ella le debió gustar, porque de otro modo no se explicaría que llegara a mojar las braguitas de aquella forma tan exagerada.


Tras varios segundos meditando el asunto, apartó la idea de su mente y dejó el tanga a un lado para continuar poniéndose el resto de la ropa. Alcanzó con la mano el sostén de puntilla bordada en color negro que componía la segunda prenda del conjunto de lencería y rápidamente se lo puso.


Le llegó el turno a las medias que, con la maestría propia de una dama acostumbrada a tales vicisitudes, no tardó en hacerlas ascender por sus largas piernas, cubriéndolas hasta la parte superior de sus muslos, y una vez hecho esto, levantándose y tomando el elegante vestido de noche, de un negro brillante que le encantaba, lo situó encima de su cabeza, dejándolo deslizar suavemente hacia abajo, cubriendo su sensual cuerpo con él y llegando a sobrepasar el mismo mínimamente la parte elástica de sujeción de las medias.


Ya solo necesitaba encontrar su calzado, unos bonitos zapatos de tacón de aguja también negros que eran el perfecto complemento para aquella vestimenta. Miró a derecha y a izquierda, pero los traidores se lo ponían difícil y no se mostraban ante ella.


Se adelantó unos pasos con la intención de disponer de una más amplia perspectiva de la habitación y, aunque ya cubría sobradamente la panorámica total del sitio, continuaba sin verlos.


Una idea como un relámpago de claridad mental la hizo agacharse y mirar debajo de la cama. Efectivamente, allí, inocentemente depositados, se encontraban plácidos a la espera de ser reclamados por su propietaria.


Con un manotazo y una clara mueca en el rostro de contrariedad se hizo con ellos, y de nuevo, sentándose al borde del colchón, se los calzó con prontitud y celeridad.


Ya con ellos puestos, se dirigió hacia la puerta y cuando su mano, con el picaporte asido, comenzaba a girarlo, se detuvo y volvió la cabeza.


—Joder, mi bolso. ¿Dónde coño estará?


Pero en esta ocasión, al contrario que con los zapatos, su vista fue a posarse directamente en una pequeña butaca que allí había y sobre esta se encontraba un pequeño bolso de fiesta.


Sara se dirigió hasta este de forma rauda, lo cogió y lo abrió. Una pequeña gota de sudor se deslizaba por su frente ante la incertidumbre de sí el contenido esencial que debía encontrar en su interior aún estaría intacto en el mismo sitio y, gracias a Dios, así era.


Una pequeña carterita con un poco de efectivo, las tarjetas de crédito y su documentación. Junto a esta se encontraban las llaves de casa y del coche, así como su móvil.

—Bueno, ya está todo, ¡vámonos de aquí ya!


Pero cuando se giró en dirección a la puerta, esta, tras oírse un leve sonido y ver como el picaporte giraba solo como por arte de magia, se comenzó a abrir dejando a Sara casi en un estado de shock, incapaz de mover un solo músculo y sumida en el mayor de los terrores ante la incertidumbre de quien estaba a punto de traspasar aquel umbral al tiempo que la puerta se abría inexorablemente.


Finalmente, ante ella se mostró un hombre, de complexión recia, pelo corto y rubio, mandíbula cuadrada al más puro estilo galán hollywoodiense, de ojos claros y tez perfilada, ataviado con un sobrio traje azul marino oscuro que portaba sobre sus manos una bandeja con un zumo de naranja, un café, unos cruasanes, un vaso de agua y una aspirina.


El desconocido, cuando vio a Sara allí de pie, rígida, apretando fuertemente con una mano el pequeño bolso y con la otra el respaldo de la butaca, sonrió mostrando una amplia sonrisa luminosa y afable al tiempo que le dijo


—Buenos días, bombón. ¿Ya vestida? ¿No pensarías marcharte sin desayunar y despedirte, verdad?


—¡No!... Yo... esto, iba a...


El hombre inmóvil en la puerta escudriñó al detalle el rostro de la joven, dándose cuenta de su gesto y su mirada que plasmaban la, mayor de las incertidumbres, y de ese modo adquiriendo constancia de lo que estaba sucediendo. Luego, riéndose de forma franca, dijo


—Sara, cielo, ¿No te acuerdas de nada de lo de anoche, verdad?


—... No, la verdad es que no —contestó apesadumbrada y bajando la vista al suelo.


—Soy Alexis, nos conocimos anoche en el Wellington, el club de Jazz. ¿Te acuerdas?


Sara, con la mirada aún fija en el suelo, empezó a sonreír. La memoria que por un espantoso lapso de tiempo se había negado, rebelde, a revelarle la información que ella tanto había anhelado, al fin volvía a ser esa dócil aliada que siempre era.


Recordó que efectivamente se habían conocido en aquel club, que él la había deslumbrado con su personalidad y su cautivadora sonrisa y que ella había bebido como un cosaco durante toda la noche hasta casi no poder caminar sin ayuda.


Recordó que él la cogió por la cintura, recordó cómo ya fuera del local ella se lanzó a su cuello y lo besó apasionadamente en la boca.


Recordó cómo de camino al coche se detuvieron en todos los soportales que se cruzaron en su camino, besándose desesperadamente y recorriendo ambos con las manos el cuerpo del otro.


Recordó que una vez en el parking, ya dentro del coche, él la besó bajando su mano hasta el borde del vestido, introduciéndola por debajo del mismo hasta llegar a su tanga, que en aquellos momentos ya se encontraba totalmente mojado por su flujo, consecuencia directa de su excitación.


Recordó cómo él introdujo los dedos por debajo de la minúscula prenda y la masturbó delicadamente hasta ella tener un orgasmo que llegó a mojar la tapicería del asiento.


Recordó como después de esto ella se inclinó hacia él, le abrió el pantalón y sacando su pene, que ya se encontraba en un estado de rigidez tan exagerado que le provocaba hasta dolor, lentamente se lo introdujo en la boca y con suave movimiento y una cada vez más pronunciada succión lo agasajó con una felación, que no terminó, hasta que lo hizo eyacular todo el esperma caliente que tenía guardado en su boca.


 esperma, que sin el más mínimo pudorm, esta tragó hasta la última gota.


Y por último, recordó que cuando llegaron al hotel, disfrutaron de una tórrida noche de sexo que se alargó hasta casi la madrugada, incluyendo en la fiesta a todos y cada uno de los tres orificios de su cuerpo, que la caliente Sara le permitió disfrutar tanto como él quiso.


Sara, finalmente, alzó la cabeza, y mirándolo fijamente a los ojos sonrió, se acercó hasta él, le arrebató la bandeja que este portaba en las manos, depositándola sobre la mesa.


Después de esto, volvió sobre sus pasos, lo besó en los labios y, mirándolo de nuevo a los ojos, le dijo:


—Sí, Alexis. Ya te recuerdo, ¿y tú recuerdas esto?


Y flexionando las rodillas, fue descendiendo hasta su entrepierna y segura de sí misma, al tiempo que sonreía y lo miraba a los ojos desde aquella posición, le desabrochó los pantalones y, tras una sensual sonrisa, acariciándose con la lengua los labios... se relamió.


Fin


 

Comentarios