El Club: Verdad y Castigo

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 Habían pasado ya algunos meses desde que el destino, tuvo a bien separar mi camino del de aquella maldita zorra que, sin remordimiento alguno, había consumido triste y banalmente una sustancial parte de mi vida.


Me atrevería a decir que, no solo una parte sustancial, tal vez, los que pudieron haber sido, de no cruzarse ella en mi camino, los mejores años.


Pero en esos momentos, de poco o nada, servía ya lamentarse, y, lógicamente, se imponía un claro y necesario cambio de rumbo.


Recuperar el tiempo perdido, por descontado, sabía que no era una opción factible y realista, aunque por suerte, aún contaba con la posibilidad de disfrutar lo que me quedara de singladura por estos crueles lares que recorremos en vida, de la mejor manera posible, siempre y cuando hubiese aprendido algo de los errores pasados.


A mis 42 años, sacando fuerzas de flaqueza, con el tiempo terminé por recuperarme, si no completamente, podría decir que en gran medida.


Amigos y familiares, me habían recomendado darme de alta en una de esas aplicaciones de citas que tan en boga se encuentran.


Personalmente, es una opción que no había contemplado, ni tan siquiera tenía una buena opinión de las personas que recurrían a los susodichos servicios tecnológicos.


Respecto a esto, siempre les contestaba lo mismo: 

Las tías que están en esas aplicaciones son de tres tipos: guarras, guarras infieles, o desesperadas, feas y amargadas, y los tíos... ¡Puteros que quieren follar gratis!


¡Sí! Ya sé lo que estaréis pensando, pero entended como me encontraba yo en esa época, y que no era, sino el rencor y la amargura, los que hablaban por mí.

De más está decir que, hoy en día, ni por asomo pienso de igual manera.


Un buen día, o mejor dicho, una buena noche, después de analizar detenidamente mi situación, y a sabiendas de que mi ex, se dedicaba a vivir la vida loca, disfrutando de todo cuanto ella y el dinero que me había robado podían ofrecerle, pensé:


—Esa hija de puta está exprimiendo la vida a tu costa y tú estás aquí, como un gilipollas, lamiendo el amargo jugo del limón que te ha dejado y derramando lágrimas… ¡¡¡HASTA AQUÍ HEMOS LLEGADO!!!—


Aquel pensamiento fue sin duda el punto de inflexión que cambiaría mi penosa situación y esta fue la primera aventura que experimenté en mi recién adquirida soltería.


Como he dicho, en aquel momento, la opción de las aplicaciones de citas continuaba considerándolas como algo no viable, y debido a esto, aunque principalmente a que hacía meses que no echaba un polvo, decidí buscar en internet la compañía de alguna señorita de moral distraída, que a cambio de una remuneración razonable me ayudara a desfogar los calores internos que me dominaban.


En aquellas labores me encontraba cuando por casualidad llegué hasta la página de un club de intercambios.


Cierto es que conocía de la existencia de dichos locales, pero nunca me había interesado por ellos, y nunca había buscado información al respecto, pero tan bien es cierto, que nunca había pensado recurrir a servicios sexuales por contraprestación y eso mismo me estaba planteando, seriamente, en esos momentos, así que... ¿Por qué no indagar sobre esta otra variable?


Decidido, me zambullí de pleno en aquella web, dispuesto a investigar de qué iba aquella movida y que posibles e interesantes opciones podía ofrecer a un single salidillo y necesitado como yo.


Después de documentarme ampliamente sobre como funcionaba el mundillo en torno a aquel local, llegué a la conclusión de que, si bien ir de putas en mi actual situación era algo plausible, también resultaba mucho más anodino que las sensaciones que un local swinger podía abarcar, es por esto que planeé una inminente visita al susodicho establecimiento.


Lo primero fue establecer contacto por medio del WhatsApp que facilitaban. Me hicieron una serie de preguntas, imagino yo que rutinarias, con el fin de evaluar mi solicitud de acceso y, al final del tedioso, pero obligatorio trámite, logré que me admitieran, reservando una entrada a mi nombre para el sábado por la noche de esa misma semana.


Los días se sucedieron uno tras otro con cierto nerviosismo en mi persona, pero finalmente, el tan señalado día en mi calendario, acaeció de forma puntual.


Recuerdo que eran las ocho de la tarde cuando me dispuse a arreglarme para tan excitante noche. Dos días antes, había acudido a un gabinete de estética para someterme a una cuidada depilación corporal que abarcaba la casi totalidad de mi cuerpo.


Me duché, me afeité cuidadosamente y me vestí de forma casual pero elegante. La verdad es que siempre he tenido un puntito bastante pijo, y debido a que gozaba de una situación económica más que desahogada, ese puntito se había reforzado notablemente.


Una vez terminado este ritual de emperifollamiento y ya correctamente acicalado, bajé al garaje en busca de mi flamante BMW 850M Cabrio.


Pulsé el botón de arranque y los 625 CV comenzaron a encabritarse y relinchar en el interior de sus 8 cilindros en V.

Salí del garaje, me detuve y por un momento dudé de si continuar con aquel, en cierto modo, despropósito.


Después de unos meditativos segundos con la mirada perdida en las luces que el infinito y nocturno horizonte de la ciudad invitaba a contemplar, pulsé el botón de plegado de la capota negra de lona y pisando enérgicamente el acelerador, el BMW arrancó con una súbita estampida hacia el frente, dejando atrás una nube de humo de neumático quemado.


Eran casi las diez y media de la noche y había convenido con los responsables del, según se mire, amoral y picante tugurio, que me presentaría ante sus calientes puertas, puertas que prometían un futuro de nuevas y excitantes experiencias, a las doce en punto de la noche, la llamada hora bruja...


Esa, en la que los habitantes del submundo nocturno, más proclives son.


Esa, en la que noctámbulos de casta son llamados a ensalzar su poder.


Esa, en la que el imaginario popular más aventuras vaticina y de las que podrías, con un poco de suerte, formar parte y convertirte en su único protagonista.


Salí de la ciudad tomando la autovía por su ramal izquierdo. Después de treinta minutos vi el cartel que anunciaba el número de la inminente salida que yo debía coger.


Dejando atrás aquella vía rápida por la mencionada salida, me encaminé por una comarcal bastante decente, que me llevó directamente hasta el polígono industrial donde se ubicaba mi objetivo de aquella noche, justo en la antesala de una población con un elevado número de habitantes.


Tal vez, la proximidad del local a la autovía, que facilitaba en gran medida desplazarse hasta el y la proximidad a un núcleo de población importante, eran los responsables de que el inmenso parking que ofrecía a sus clientes, estuviera relativamente lleno, lo cual hacía presagiar el aforo con el que el local contaría, por lo menos esa noche.


Miré la hora en el reloj de la pantalla táctil del coche, eran las 23:15 de la noche, demasiado pronto aún, por lo que dirigí el vehículo hasta la misma zona de acceso del local y deteniéndome delante de la entrada me apeé del mismo y subí los seis escalones que llevaban hasta las puertas donde dos fornidos porteros se encontraban.


—Buenas noches.


—Buenas noches, caballero, no puede dejar ahí el vehículo. —Contestó con semblante serio y con un marcado acento de la Europa del este, el fornido segurata.


—Sí, lo imagino, lo retiro en un segundo, solo necesito hacerle una pregunta rápida. Verá, tengo una entrada reservada a las doce, pero he llegado muy pronto. ¿Quería saber si no importa y puedo entrar igualmente o si, por el contrario, tengo que esperar en el coche hasta que sea la hora?


—Puede entrar sin problemas, da igual que falte un poco para la hora mientras tenga una entrada reservada.


—Muchas gracias y disculpe lo del coche.



Y sacando del bolsillo interior de mi americana la cartera, la abrí extrayendo de ella sendos billetes de cincuenta euros.


—Tengan caballeros, esto es, por su amabilidad y su paciencia. —Y les entregué a cada uno un billete.


—Muchas gracias, señor... Señor, hay una zona VIP del parking que está vigilada por un compañero. Siga recto y en el primer cruce tuerza a la izquierda, luego continúe recto un poco más y verá un vallado donde está uno de nuestros compañeros en la puerta. Ahora le aviso por radio de que va usted para allá y le permitirá aparcar gratis en el interior del vallado.


—Muchísimas gracias, se nota el alto nivel del local y de la gente que trabaja en él. —Y dicho esto y tras estrecharle la mano luciendo la mejor de mis sonrisas, regresé hasta el coche.


¡Sí! Ya imagino lo que todos estaréis pensando, pero hacerle la pelota y ser generoso con los gorilas de la puerta, si te lo puedes permitir, vale la pena. Congraciarte con quien se encarga de la seguridad de este tipo de locales, en algunas ocasiones te puede reportar ciertas ventajas, ventajas en momentos en los que se dan situaciones de diversa índole y más cuando son, digamos, tensas.


Además, por el momento ya me había ganado el poder aparcar en la zona vip donde otro segurata vigilaría mi carísimo BMW mientras yo me dedicaba a explorar en aquel antro de perdición. Lógicamente, aquello me iba a costar otros cincuenta lereles, pero no me suponía ningún problema.


Cuando llegué, el tipo ya me estaba esperando y cuando vio el coche acercarse, abrió la verja y situándose en medio de la calle, me indicó que entrara y aparcara. Seguí las indicaciones y cuando pasé por delante de él, alzando su mano, me saludó sonriente.


Estacioné mi vehículo y caminando tranquilo me acerqué al portero. Con una sonrisa, le tendí un billete como a sus compañeros y su rostro se iluminó contestando con un afable y respetuoso "Muchas gracias, señor".



Cuando ya me había alejado unos metros del hombre, en dirección al local, pensé lo que pensé y regresé sobre mis pasos hasta llegar de nuevo a la altura del segurata.


—Hola, disculpa. ¿Puedo hacerte una pregunta un tanto delicada?


—Sí, claro, señor. ¿Qué necesita saber?


—Verás, es la primera vez que vengo a un local de este tipo, mi mujer se fue y ahora, pues ya imaginas, soltero. Podría pagar por mujeres, pero esto me ha llamado la atención y tenía curiosidad. —Yo le tuteaba mientras él me trataba de usted, en esos momentos, es una forma psicológica de marcar el estatus. Tú eres el cliente con potencial económico y él es el empleado que, si se asegura de darte un trato privilegiado, puede obtener ganancias extras.


—Sí, señor. Está claro que puede tener mujeres caras —me contestó sonriendo y acercándose un poco a mí para demostrar que comprendía lo confidencial de la conversación y que podía confiar en él.


—Estoy un poco nervioso por lo que te he dicho, que es la primera vez y... ¿Si voy al coche y me hago una rayita para darme ánimos, tú crees que hay algún problema?


—No, señor. No se preocupe, puede ir, es normal, lo entiendo.


—Perfecto, gracias... ¿Cómo te llamas?


—Bogomil.


—Yo, Javier. Encantado, Bogomil —y le estreché sonriendo la mano, obsequiándole con otros cincuenta euros y marchándome, acto seguido, a mi coche.


Breves momentos después del consabido ritual, que no creo sea necesario relatar en estos momentos, la seguridad y la alegría química que acababa de insuflar en mi persona, comenzó a dejarse notar.


Abrí el espejo de cortesía, me miré para cerciorarme que ningún resto delatara la ominosa acción que había llevado a cabo y me dispuse a salir del coche cuando vi acercarse por aquella calle del parking, caminando y charlando de forma amena y distraída, a dos mujeres y a un hombre.


Hasta aquí, no habría nada peculiar o fuera de lo común que valiese la pena mencionar, si no fuera por el pequeño detalle que me dejó petrificado y pegado al cuero del ergonómico asiento del BMW.


De aquel trío, desconocía por completo la identidad del hombre, pero la de las dos féminas que lo acompañaban... aquello ya era harina de otro costal.


Me froté estúpidamente los ojos, no podía dar crédito a lo que estos me mostraban tan impasiblemente.

Se trataba, ni más ni menos, de la que, hasta hacía nada, había sido... ¡¡¡Mi mujer!!!, y, ¿cómo no?, la odiosa de su hermana.


Me quedé en silencio, siguiendo su trayectoria con la mirada. Pasaron por delante de la puerta del vallado y del segurata y continuaron dirección al local sin percatarse, ni de mi coche, ni de mi presencia, cosa que sinceramente agradecí.


Cuando se alejaron, intenté pensar en qué iba a hacer, pero me resultó del todo imposible: estaba bloqueado, en shock.


Jamás se me pasó por la cabeza que me pudiese encontrar, en un lugar como aquel, con la persona que antaño compartió mi vida y que no era precisamente el tipo de mujer lanzada y caliente que frecuenta establecimientos de la índole de aquel club.


Bajé la ventanilla del coche y me encendí un cigarro. Hasta aquella noche, jamás había fumado dentro de ningún vehículo de los que había tenido.


Aspiré una profunda bocanada y expiré lentamente el humo, dejando la mente en blanco mientras contemplaba como el etéreo elemento azulado se elevaba a medida que se difuminaba contra el tenue paisaje.


Como todo en la vida, el cigarrillo, finalmente, acabó por consumirse. Dejé caer la colilla por la ventana y permanecí inmóvil con la mirada perdida en el oscuro horizonte.


No podría asegurar a ciencia cierta por cuánto tiempo permanecí de aquella manera, pero me pareció una eternidad.

Así me encontraba hasta que una brusca voz me sacó de mi ensoñamiento.


—Señor, ¿se encuentra bien?


Giré la cabeza y observé con una mirada vacía a aquella persona que me había hablado, reaccionando al fin.


—¿Qué?... Ah, sí, Bogomil, estoy bien. Gracias.


—¿Seguro?, lleva usted ahí sentado veinte minutos sin moverse.


—Sí, sí, Bogomil, estoy bien. Es solo que me han dado cierta noticia que no me esperaba y estaba pensando sobre ello.


—Vale, señor. Si está bien, puede seguir sentado ahí el tiempo que quiera, no hay problema. Le dejo tranquilo.—y se giró con la intención de volver a su puesto.


—Bogomil, espera. Una pregunta.


—Dígame, señor.


—¿Sabes si por aquí cerca, en el polígono, hay algún cajero automático?


—Sí, señor. Saliendo por el final del parking, a la izquierda, hay una sucursal de... bueno, no recuerdo qué banco es, pero tiene cajero automático. Está muy cerca, puede ir a pie si no quiere sacar el coche.


—Muchas gracias, Bogomil.


—De nada, señor.


Salí del coche, lo cerré y, después de despedirme de Bogomil, me dirigí con paso calmado en la dirección que este me había indicado.


En tan solo cinco minutos me encontraba frente al cajero. Retiré tres mil euros y antes de volver hacia el parking, en un rincón poco iluminado que, convenientemente, una farola fundida proporcionaba, me senté en la acera y depositando sobre mi regazo la cartera, pinté sobre ella una raya de Champions League.


Por reprobable que a algunos puedan parecerles mis actos, en aquellos momentos necesitaba algo que me diese ánimos y me serví de aquella sustancia como me podría haber servido cualquier otra que hubiese tenido a mano, llámese alcohol, antidepresivos, etc.


El motivo de sacar esa cantidad de dinero, en un principio no sabría explicarlo, pero en mi subconsciente se había pergeñado algún plan del que, en el momento de ir al cajero, aún no era consciente.


Cuando tomé de nuevo rumbo al parking, en mi cabeza se comenzó a revelar, el incógnito maquinamiento, fraguado en mi subconsciente.


Bogomil, continuaba de pie, en el mismo lugar donde lo dejé al marcharme. Me acerqué a él y él se quedó mirándome expectante a la espera de lo que yo le fuera a decir.


De alguna manera, él sabía que algo había ocurrido, algo que había alterado mis planes y más importante, aun si cabe, me había alterado a mí. Es más, él sabía que yo tramaba algo.


—Hola, Bogomil.


—Hola, señor. ¿Ha encontrado el cajero?


—Sí, enseguida, gracias.


—Señor, tiene manchada la nariz —me indicó, tendiéndome un pañuelo de papel.


—Gracias, Bogomil —y tomándolo, me limpié rápidamente.


—Bogomil, ¿puedo hacerte otra pregunta?


—Lo esperaba, señor. ¿Qué necesita?


—Dentro del local hay zonas comunes donde pueden estar tanto parejas, como hombres y mujeres sin acompañante, pero hay otras, según he leído en la página web, que para acceder a ellas, o bien vas en pareja, o bien una pareja te invita a acompañarlos, pero si no es así, una persona sola no puede entrar. ¿Estoy en lo cierto?


—Sí, señor. Además, son muy estrictos con esa norma. Si encuentran a una persona que está sin acompañante en alguna de esas zonas, es expulsado de forma inmediata del local y no se le permite la entrada nunca más, así que, ni se le ocurra.


—Tranquilo, Bogomil. No se me ha pasado por la cabeza intentarlo.


—¿Necesita saber algo más?


—Sí. Tú conoces...


—Señor, me parece usted buena persona, pero hay algo que ha pasado, que no me cuenta y sé que está tramando algo. Este es un local tranquilo y mis compañeros tienen muy mala leche. Por favor, márchese a casa y no busque problemas, no vale la pena. Créame, mañana me lo agradecerá.


Me quedé mirándolo y después de agradecerle su sinceridad y preocupación, decidí contarle lo que estaba ocurriendo y que tan solo pretendía ver lo que aquella zorra desalmada hacía.


—¿Qué me iba a preguntar antes, señor?


—Quería saber si tú conocías o si me podrías proporcionar una acompañante. —Él simplemente sonrió.


—Ya me imaginaba que me preguntaría algo así. ¿Cómo le gustan?


—Sorpréndeme, seguro que tienes buen gusto, pero no tiene que ser muy joven, por lo menos de treinta años, y no debe de vestir de forma llamativa, bien vestida, pero sin llamar la atención demasiado.


—Claro, señor. Conozco la persona idónea para usted. Tiene treinta y dos años, y es muy guapa, pero muy discreta. Sabrá representar el papel que usted quiera.


—Gracias, Bogomil. Llámala, y dile que le enviaré un Uber a recogerla.


Bogomil, primero, la llamó a ella y después de esta aceptar el servicio, le envió un Uber para que la trasladase hasta donde estábamos, claro está, a mi cargo.


—¿A quién he de pagarle, a ti, o a ella?


—A mí, señor.


Saqué la cartera y Bogomil me dijo.


—Espere, señor. ¿No quiere verla primero?


—No me hace falta, confío en tu criterio. —y sonriendo me dijo.


—Gracias, señor. Sasha cobra quinientos euros por toda una noche.


—Perfecto. —Saqué mil euros de la cartera y se los entregué.


—Señor, aquí hay mil euros.


—Lo sé, Bogomil. Quinientos para Sasha y quinientos para ti.


—¿Y qué quiere a cambio? —me dijo mirándome fijamente, a lo que yo con una sonora carcajada respondí.


—No se te escapa una, ¿verdad? Amigo mío, lo que quiero es muy sencillo. Una vez dentro, cuando se accede a esas zonas de las que hemos hablado, te obligan a estar o desnudo, o con ropa interior.


—Correcto, señor, esto se hace para erotizar la situación y asegurar que nadie lleva un móvil con el que hacer fotografías o grabar.


—Lo imagino, pero amigo mío, ¿Quién se asegura de que nadie lleve un móvil en esas zonas?


—Nosotros, claro.


—¿Y tú puedes cambiar de puesto y pasar a vigilar esas zonas?


—Señor, eso lo tendría que consultar con el compañero que está asignado en esa zona, pero le va a parecer muy raro y no quiero tener problemas.


—¿Puedes ponerte en contacto con él? —le pregunté y Bogomil miró su reloj.


—En treinta minutos toma un descanso, al igual que yo.


—Vale, en el descanso ve a por él y tráelo aquí, yo hablaré con él. Sí accede, le daré quinientos euros.


—Y si accede a cambiarse por mí, ¿qué es lo que me va a pedir que haga yo?


—Te daré mi móvil y quiero que grabes disimuladamente todo lo que yo te indique.


—¡¿Qué?! Yo no puedo hacer eso, si me pillan me despedirán.


—Si lo haces, antes de marcharme te daré mil euros más, y si te descubren y te despiden, te daré trabajo doblando lo que cobres ahora. ¿Qué me dices?


—¿Respetará el trato?


—Tienes mi palabra. —Le dije tendiéndole la mano.


—Vale, trato hecho. —dijo estrechando la mía.


Cuando Bogomil estaba a punto de marcharse a por su compañero, puesto que era casi la hora del descanso, un coche negro se detuvo ante nosotros.


De el descendió una preciosa hembra de cabellos rojos como llamas de pasión y con una figura que ninguno de los presentes pudo evitar contemplar con una clara mirada lasciva.


Ya repuesto del primer impacto que aquella mujer había causado en mí, me acerqué al Uber, a la vez que ella se acercaba para hablar con Bogomil.


Una vez pagado el Uber, fui hasta donde ellos dos se encontraban. Bogomil efectuó las presentaciones.


—Señor, esta es Sasha, Sasha, el caballero es el señor Javier.


—Encantada de conocerte, Javier. —me dijo besándome tres veces en las mejillas.


—Igualmente, Sasha. —Le dije al mismo tiempo que Bogomil miraba su reloj.


—Bueno, voy a buscar a Yegor, vuelvo en unos minutos. Sasha, Javier te contará lo que quiere que hagas, y tranquila, puedes confiar en él. —Dicho esto, y antes de marcharse, le entregó a la bellísima Sasha sus quinientos euros.



—Tú dirás, Javier. ¿Qué quieres que hagamos?—dijo Sasha con un marcado acento ruso.


—Quiero que te hagas pasar por mi pareja, aunque mucho me temo, que una mujer de belleza tan espectacular como tú, no vaya a pasar desapercibida y mucho menos cuando te escuchen hablar. Creo que se van a dar cuenta de que te he pagado para que me acompañes.


—Javier, según me ha contado Bogomil, eres un empresario de éxito, y por lo que veo, elegante y bien parecido. Las personas como tú, suelen tener a su lado a mujeres hermosas, ¿no sé qué tendría de extraño que yo estuviese con un hombre como tú?


—Créeme, yo nunca he tenido a mi lado mujeres como tú. —dije sin poder evitar reírme.


Sasha, se acercó a mí, y tomándome del brazo, me atrajo hacia ella y me dijo:


—Pues esta noche, vas a tener a tu lado la mujer que te mereces tener. —Y diciendo esto, me besó en la boca de forma tierna y dulce.


Mientras esperábamos el regreso de Bogomil, Sasha y yo mantuvimos una amena conversación, la cual aproveché para observarla por completo.


Vestía un pantalón de tela negra, de corte recto y bastante ceñido, que permitía que sus excepcionales curvas se marcaran, dando a entender las maravillas que bajo este se ocultaban.


Una holgada y liviana blusa blanca de tirantes, era la encargada de ocultar unos pechos que, sin problema alguno, se intuían bajo de ella. Se podía ver que no era una mujer de pechos notoriamente grandes; más bien, debían de tener el tamaño perfecto, a medio camino entre grandes y normales, pero de una cosa estaba seguro: gozarían de una firmeza inaudita, como más tarde pude comprobar.


Por último, calzaba unos bonitos zapatos de tacón de aguja, color azabache brillante, que estilizaban aún más, si aquello era posible, su armoniosa figura.


La verdad, es que en aquellos momentos, mirando a Sasha, yo ya no me acordaba ni del local, ni de mi ex, ni de ninguna otra cosa que no fuera aquella hembra de cabellos flamígeros, rostro pálido y terso, un tanto pecoso, y con unos preciosos ojos azul zafiro que resultaba extremadamente difícil dejar de mirar.


Y aunque en esencia, parecía haber sido modelada directamente por las manos de Miguel Ángel, Donatello o Bernini, la prácticamente inexistencia, de algo mínimamente melódico en su estridente y terrible acento ruso, le arrebataba la corona a la perfección que por méritos propios se merecía su belleza.


Aun con todo, ningún hombre, en su sano juicio, rechazaría a una hembra dotada con gracias mil de tamaño calibre.


Me encontraba absorto en el gozo de contemplar tan clásica musa griega, cuando la inoportuna voz de Bogomil me devolvió a la realidad.


—Señor Javier, este es Yegor. —Frase que me obligó a girar la cabeza y plantar mi vista, anteriormente reconfortada por la belleza de Sasha, en un Homo Neanderthalensis bípedo, de casi dos por dos metros.


—Hola, Yegor. —dije, tendiéndole mi mano amistosamente.



—¿Qué usted quiere hablar conmigo? —Me contestó de mala leche Yegor, con aquel espantoso acento, mucho más marcado que el de Bogomil, o el de Sasha, y denotando un conocimiento del idioma español bastante básico.


—Verás, Yegor. Es la primera vez que Sasha y yo vamos a un local de este tipo. Queríamos ver cómo era el ambiente y nos hemos decantado por este en concreto porque conocemos a Bogomil y sabíamos que trabajaba aquí.


—¿Y eso qué tener que ver yo? —contestó con la misma mala uva que anteriormente.


—Sí, claro, te lo explico. El tema es que tanto Sasha como yo, nos sentiríamos más cómodos y tranquilos, sabiendo que es Bogomil el que controle la zona donde vamos a estar, y como hoy te han asignado a ti esa zona, queríamos proponerte que intercambiaras tu puesto con el de Bogomil, claro está, a cambio de una generosa retribución. ¿Qué te parece la idea?


—¿Retribución qué cosa ser?


—Retribución significa darte dinero a cambio del favor que nos haces, ¿lo entiendes ahora?


—¿Cuánto


En ese momento saqué del bolsillo quinientos euros en billetes de cincuenta y de cien, y se los entregué



—Ahí hay quinientos euros, ¿te parece suficiente?


Su cara cambió al instante, y una amplia sonrisa se dibujó en su duro rostro.


—Sí, señor. Yo cambio puesto con Bogomil. ¿Su coche ahí?. —dijo, señalando hacia los vehículos que se encontraban en el vallado del parking VIP.


—Sí, el BMW cabrio.


—Bien, señor, tú estás tranquilo, yo cuido BMW, nadie hace nada. ¿Ok?, ¿todo bien?, ¿sí?


—Todo bien, Yegor. —contesté, sonriéndole.


—Bogomil, tú vas con ellos, yo aquí, todo bien. Gracias, señor. —Me dijo al mismo tiempo que me tendía su mano, la cual estreché amistosamente.


Los tres, tranquilamente comenzamos a andar dirigiéndonos hacia la entrada del antro y girando la cabeza, di un último vistazo a Yegor, que aún con la sonrisa en su cara, se guardaba los billetes en el bolsillo interior de la americana y se plantaba con los brazos cruzados, como un Hércules marmóreo, delante de la entrada del pequeño parking VIP.


Cuando llegamos, ascendimos los escalones y los dos porteros que me habían reconocido, me saludaron sonrientes.


—Hola, señor. Se lo ha tomado con calma. Hace más de una hora que ha ido a aparcar.

—Sí, estaba hablando con Bogomil, mientras esperaba que llegara mi mujer.

—Muy bella la señora, es usted un hombre afortunado.—Comentó, a la vez que mantenía una lujuriosa mirada sobre la figura de la bella Sasha.


Después de haber confirmado mi nombre y apellido en la lista de reservas, y debido a que se extrañó de que Bogomil nos acompañara en vez de estar en el puesto que le habían asignado y de que le preguntase por el motivo de ello, me vi obligado a contarle la misma milonga que a Yegor.


Y además, no había contado con el hecho de que Sasha no tenía reserva, así que no me quedó más remedio que sacar la cartera de nuevo.


—Chicos, ya sé que os estoy molestando demasiado, de verdad que lo siento. Me gustaría que aceptarais esto como muestra de agradecimiento por mi parte. —Y diciendo aquello, les entregué a cada uno de ellos doscientos euros, haciendo que, de nuevo, sus caras se iluminaran.


—Gracias, señor. ¿Cómo se llama?


—Me llamo, Javier.


—Gracias, señor Javier. Yo soy Dimitri Alexandre. Si necesita algo, pregunte por mí.


—Muchas gracias por todo, muy amable por tu parte.—Le contesté, de nuevo, utilizando la técnica del tuteo.


El portero, sonriendo, nos franqueó el paso, abriéndonos la puerta, e invitándonos a entrar. 

Bogomil cogió disimuladamente mi móvil, se lo guardó en un bolsillo y rápidamente se dirigió hacia el interior del local. 


Seguidamente, entró el portero, y acercándose a una señorita, que allí aguardaba para dar la bienvenida a los clientes, le dijo que éramos amigos suyos y que nos tratara bien, después de lo cual se despidió de nosotros y volvió a salir fuera.


La mujer, responsable de recibir a los clientes del establecimiento, se acercó a nosotros y tras el cordial saludo de rigor, nos dijo.


—Buenas noches, bienvenidos. Soy Sara, la relaciones públicas del local.


—Buenas noches, Sara. Soy Javier y ella es mi mujer Sasha.


—¿Es vuestra primera vez aquí?


—Sí, sentíamos curiosidad por este tipo de ambiente y hemos decidido descubrir qué puede ofrecernos.—Sara, sonrió.


—La verdad es que tenemos mucho que ofrecer a personas desinhibidas, curiosas y respetuosas, y estoy segura de que este es su caso.


—Yo también lo creo, Sara. Cuéntanos un poco cómo funciona básicamente vuestro local.


—Claro, Javier, para eso estoy. Si os parece, podemos empezar con un recorrido por las instalaciones y os cuento sobre la marcha. ¿De acuerdo? Pero antes, deciros que solemos celebrar fiestas temáticas y la de hoy es de máscaras.


—¿Máscaras? Cuando hablé con vosotros para reservar, no me dijisteis nada de eso y me temo que no tenemos máscaras.


—No te preocupes, podemos ofreceros una a cada uno, pero tendréis que abonarlas. De todas formas, no es obligatorio; si no queréis usar máscara, no hay ningún problema.


—No, está bien. Danos dos máscaras, ya sabes el dicho... allá donde fueres, haz lo que vieres. Contesté riéndonos los tres.


Sara nos entregó una máscara a cada uno, la verdad es que estaban bastante bien elaboradas, en plan venecianas. Sasha y yo, nos las pusimos, ya estábamos listos para comenzar.


—Perfecto, Sara. Después de ti. —Dije extendiendo el brazo hacia el interior del local a modo de invitación para que ella abriese el tour.


Emprendimos la visita caminando con Sara en el centro, y Sasha, y yo, situados a cada uno de sus flancos.


La primera sala se trataba del típico ambiente que se podría esperar en cualquier garito de ocio nocturno: un amplio espacio, con una considerable barra de bar a su derecha, despachada por tres jovencitas ataviadas con unos insinuantes y eróticos conjuntos de lencería.


Inmediatamente, a la izquierda, se encontraban un conjunto de pequeños sofás y sillones, todos ellos complementados por una pequeña mesa, que hacían las funciones de reservados, separados por divisores ambientales de madera, que pretendían dar la sensación de privacidad, aunque permitían sobradamente ver que se fraguaba en cada uno de los minúsculos cubículos.


Frente a ellos, se ubicaba una generosa pista de baile, en cuyo centro se erguía, orgullosa, una plataforma circular con un diámetro aproximado de dos metros, que dejaba intuir su utilización para cierto tipo de espectáculos, de carácter erótico festivo, en directo.


Continuando de frente, dejando la pista de baile a la izquierda y después de pasar por una puerta que conducía hasta un corto pasillo, se llegaba hasta una estancia donde se encontraba ubicado un jacuzzi circular, capaz de albergar hasta ocho personas cómodamente, eso sí, resguardado tras un grueso cristal que impedía el acceso al mismo desde aquel lugar en concreto, digamos que, era para ver y no tocar.


En la estancia, también se encontraban, a su izquierda, las puertas de acceso a una terraza de verano, equipada con toda clase de sofás, Chaise Longue, hamacas y lógicamente, otra barra de bar. 


Aquel lugar era el indicado para poder disfrutar de una copa acompañada de un cigarrillo, puesto que el resto del local era libre de humos, como suele decirse hoy en día.


En esta misma sala, justo al contrario de la salida a la terraza, es decir, a su derecha, estaba el acceso a la sala de restauración, donde se ofrecían comidas y cenas, claro está, independientemente del precio de la entrada.


Si omitías la visita a la terraza y al restaurante, y continuabas recto, de nuevo, te encontrabas con otra puerta que daba acceso a la intrigante zona de parejas.


Una vez traspasado aquel punto de no retorno, las instalaciones se dividían en dos. Tras un mínimo pasillo, te encontrabas con una bifurcación, en el centro de la cual, esta vez sí, un segurata era el encargado de concederte, o no, acceso. A la izquierda, la entrada al jacuzzi y luego los vestuarios, y a la derecha el resto de salas dedicadas al folleteo.


Lo primero que tenías que hacer, era dirigirte por el pasillo de la izquierda, desde el cual, y bajo la atenta mirada del segurata, llegabas hasta los vestuarios mixtos, equipados con retretes, bidets, duchas y taquillas, donde era obligatorio dejar tus pertenencias y cambiarte.


Para ello, en la taquilla que se te asignaba en la entrada, encontrabas el típico albornoz y zapatillas que cualquier hotel decente ponía a disposición de sus clientes en las habitaciones.


Podías elegir entre, utilizar el albornoz, ir con el conjunto de lencería que llevaras puesto, o trajeses guardado para el momento, y lógicamente, también podías seguir como Dios te trajo al mundo. Cualquiera de las tres opciones era válida, pero nunca vestido con otra cosa que no fuera lo indicado.


Una vez hecho esto y ya cumpliendo las imperativas normas de vestimenta, volviendo sobre tus pasos y llegando al punto de partida donde se encontraba el segurata, y si este no encontraba ninguna pega que te impidiese continuar, podías entrar a la zona de baño, o tomar el pasillo de la derecha.


Cuando accedías a la zona de la derecha por un oscuro pasillo que se extendía a penas cinco metros, te dabas de bruces, al final del mismo, con una estancia, que básicamente formaba en sí, el resto de la planta baja del local.


Cuando había visto al segurata que vigilaba celosamente el acceso a esta parte del antro, me puse un poco nervioso, puesto que esperaba encontrarme con Bogomil, pero cuando entramos en la sala, repiré aliviado, allí estaba mi infiltrado, que me sonrió de forma sutil cuando me vio aparecer, confirmando con ello, que el trato seguía en pie.


En cuanto a la sala... ¿Cómo describirla?... Imaginad un rectángulo de cinco metros de ancho por unos ocho de largo, que termina estrechándose en un pasillo central, de metro y medio de ancho y doce metros de largo, con una puerta a su izquierda y dos a su derecha y al final de este unas escaleras.


Al principio de la sala, en su parte izquierda, una celosía de madera, que permitía, más o menos, ver lo que ocurría al otro lado, y que llegaba desde el suelo hasta el techo, abarcando la longitud de ocho metros del rectángulo y tras ella, entre la celosía y la pared, quedaba un pasillo de dos metros de ancho, pared la cual, estaba plagada de orificios a diferentes alturas y de diferentes diámetros.


Estos, digamos, agujeros, situados a tres alturas, estaban concebidos para que un grupo de hombres, parapetados al lado contrario de la misma, pudiesen apostarse de manera y forma que les permitiesen sacar las manos por unos y la polla por otros, a la vez que podían, de nuevo, más o menos, observar por los situados en la parte superior.


Si no recuerdo mal, Sara mencionó, que aquello se denominaba pasillo francés y las damas que así lo decidían, accedían a él por una abertura al final de la celosía y se dedicaban a dejarse tocar y a su vez, palpar, entre otras muchas cosas, los desconocidos miembros viriles que por allí, enhiestamente se exhibían.


Por cierto, la abertura al final de la celosía daba acceso, tanto al pasillo francés, como a la parte posterior de este, que es donde los hombres se situaban para hacer uso de los orificios.


Aviso para navegantes:


Recuerdo haber pensado al ver aquel pasillo, que para un hetero, el problema radicaba en que nada prohibía el acceso de los hombres al mismo, luego, si después de sacar el rabo por uno de aquellos agujeritos, y de que alguna persona desconocida comenzase a obsequiarte con una pajilla, o felación, en toda regla, debías prestar especial atención a si notabas que algo pinchaba, puesto que en tal caso, tal vez estuvieras siendo objeto de los favores de algún maromo panzón, mal afeitado... es lo que tiene meterla en agujeros que no conoces.


A continuación del pasillo francés, había una puerta de dos hojas, este era el acceso directo al cuarto oscuro que llegaba hasta el final de la sala, y en su interior, contando con la complicidad de la casi total oscuridad, y digo casi, por no decir total, porque allí dentro no se veía un pimiento, te dedicabas a satisfacer tus más bajos instintos gozando del mayor de los anonimatos, pero justamente por ello, los mismos riesgos del pasillo francés, aquí se multiplicaban exponencialmente.


En la parte derecha, se encontraban distribuidas de forma correlativa tres puertas, una en la sala rectangular y dos en el pasillo.


Por la primera, accedías a una pequeña sala de cine, que contaba con tres filas de butacas y una pantalla donde se proyectaban de forma ininterrumpida películas porno.


Las siguientes dos puertas, ya en la zona en que la sala se tornaba pasillo, eran habitaciones dotadas de una cama de matrimonio y un sofá de dos plazas.


Estas habitaciones eran las consideradas individuales y eran para parejas solas o parejas con sus acompañantes. La puerta de las mismas se podía cerrar con pestillo desde su interior, además de estar dotada de un ventanuco, que de igual manera se podía dejar cerrado desde dentro.


Esto era para que, si alguna pareja quería gozar de intimidad, pudiera cerrar la estancia y si, por el contrario, deseaban ser vistos, dejaban la ventana abierta. La tercera opción era dejar la puerta abierta, lo cual indicaba a las personas que pasaran por delante, que podían acceder y sentarse en el sofá para mirarlos de forma más próxima, cabiendo la posibilidad de interactuar con ellos.


Por último, al final del pasillo, se hallaban ubicadas unas escaleras que daban acceso a una gran sala en el piso superior, donde la práctica totalidad de la superficie, estaba cubierta por completo de colchonetas.


En un apartado de aquella sala, también se encontraba un pequeño lugar dedicado a los juegos sadomaso, contando con diferentes artilugios destinados a tales prácticas.


Aquel era el lugar principal del club, el lugar donde se realizaban las grandes orgías, donde, periódicamente, se reunían un nutrido grupo de participantes para llevar a la práctica la máxima de "Folla bien y no mires con quién", o algo por el estilo.


—Bueno, pareja, ya conocéis las instalaciones y ante cualquier duda que os surja, no dudéis en preguntarme. Ahora, si no tenéis ninguna pregunta, os dejo a vuestro aire para que empecéis a desenvolveros un poco en el ambiente.


—Gracias, Sara. Has sido de gran utilidad. Si nos surge alguna pregunta, te buscaremos.


—Muy bien, chicos, pues hasta luego. —contestó con un guiño y regresó a su puesto, situado inmediatamente tras la puerta de acceso del club.


Sasha y yo, nos dirigimos hacia los pseudo reservados frente a la pista de baile. Después de invitar a mi bella rusa a que tomara asiento, le pregunté si le apetecía que le pidiese una copa, y tras aceptar mi amable ofrecimiento, me dirigí a la barra.


Después de pedir un par de combinados a la camarera de escueta vestimenta y mientras esperaba a que me los sirviera, caí en la cuenta de que, hasta ese preciso instante desde que ingresé en el local, no me había centrado en el motivo que había reemplazado al original, y por el cual me encontraba allí aquella noche.


Miré a mi alrededor en busca de la presencia de mi ex, dado que durante la visita guiada, no me había percatado de ella en ningún momento.


Fue entonces cuando, al realizar un barrido visual en torno a la sala, la vi sentada en uno de aquellos reservados, junto a su hermana y el desconocido maromo.


Se encontraban en el extremo opuesto al nuestro y al contrario que nosotros, ninguno de los tres había optado por la utilización de la máscara sugerida por la temática que ambientaba aquella noche.


Analicé la situación y claramente, aquello era un punto a mi favor. Tanto Mari (María, ese es el nombre de mi ex), como su hermana Marina, amén del misterioso choto que las acompañaba, eran fácilmente identificables por mí; por el contrario, al yo, si llevar máscara, ellos difícilmente podrían reconocerme.


La camarera trajo las bebidas y regresé junto a Sasha.


—¿Y ahora qué, Javier? Preguntó Sasha.


—Ahora, vamos a disfrutar de nuestras copas, y a esperar el próximo movimiento de ese pedazo de p... perdón, Sasha, de esa pseudo dama y compañía.


—Ok, cielo. El que paga manda, pero... también podrías olvidarte de esa cyka blyat (puta de mierda, o maldita perra), y disfrutar del lugar y de la persona que tienes a tu lado.


—¿Cika blyat?. ¿Qué significa? Pregunté curioso.


—Olvídalo. —Y diciendo esto último y rodeando mi cuello con sus brazos, me atrajo hacia ella y me besó.


Casi involuntariamente, a la vez que nos besábamos, mis manos comenzaron a recorrer su bella silueta, sin perder detalle de cada una de sus sinuosas curvas.


Lo que en principio se trató de un dulce beso, con el incipiente calor del momento, se tornó en el más tórrido de los morreos.


De nuevo, Sasha, me hizo olvidar dónde me encontraba y el porqué de estar allí con ella.


Sin darme cuenta, me dejé arrastrar por la creciente pasión y mientras una de mis manos acariciaba tímidamente sus senos por encima de la blusa, la otra, más atrevida, aun si cabe, se deslizó sigilosamente hasta su entrepierna.


Ella, a su vez, correspondió, llevando una mano hasta mi espalda y la otra, al igual que había hecho yo, situándola en mi entrepierna y comenzando a acariciar el notable bulto que ya se marcaba en la tela de mi pantalón.


Sasha, detuvo el lúbrico beso y alejando un poco su cara de la mía, me miró a los ojos y sonriendo dijo:


—Por lo que veo y noto en mi mano... Parece que empieza a gustarte la compañía.


—La compañía me ha gustado desde que te he visto bajar del Uber, y si continúas por ese camino, vas a conseguir que me olvide de qué hago aquí y de esa "cyka blyat".


—Eso es lo que quiero. Y volvió a besarme.


Continuamos besándonos y tocándonos, con el morbo añadido, en mi caso, de estar haciéndolo delante de un sin fin de desconocidos.


Desconozco, si dicha situación, también le producía un retorcido placer a ella, como el que yo estaba sintiendo. Supongo que el estar, ya tan curtida, en este tipo de situaciones, le haría normalizar, de forma diferente a la mía, aquella experiencia.


En cierto momento, noté como me bajaba la cremallera del pantalón e introducía su mano por ella.


Sasha, tomó delicadamente mi pene, y tras acariciarlo suavemente, lo extrajo lentamente y una vez fuera, comenzó, sin prisa, a masturbarme.


Separé mi boca de la suya, turbado por la situación y miré hacia abajo. Su suave mano, se movía subiendo y bajando, dejando ver de forma intermitente mi hinchado glande, que, en esos momentos, había adquirido, ya, un marcado tono rosa oscuro.


Una fluida gota de líquido preseminal, hizo su aparición por el agujero de la punta y Sasha, al verlo, sin dudarlo un solo instante, inclinó su torso y su cabeza, llevando su boca hasta él, recogiéndolo con la punta de la lengua, para seguidamente introducirla de nuevo en su boca y tragarse aquella salada gotita.


Después de hacer esto, de nuevo se irguió y continuó con la deliciosa paja con la que me estaba agasajando.


Yo, por mi parte, continuaba en un estado de turbación y excitación, que me hacía vivir aquel momento como si de algo irreal y ficticio se tratara.


Cuando, por fin, el buen juicio regresó a mi ser, alcé mi cabeza y dirigí mi vista a mi alrededor, analizando la situación y el posible espectáculo que estuviéramos dando, aunque si bien, en aquel lugar había personas haciendo cosas por un estilo, nosotros no pasábamos desapercibidos totalmente.


La mayoría de los presentes estaban concentrados viviendo su propio momento, pero no todos. Cuando busqué con mi mirada la mesa donde se encontraba Mari, descubrí que tanto ella como su hermana y el tipo desconocido, nos miraban fijamente, observando con detenimiento nuestras calientes acciones.


Es más, forzando la vista, intentando distinguir mejor los sutiles detalles, que la tenue luz ambiente complicaba notoriamente ver, observé como Mari, sonreía lascivamente mirando en nuestra dirección, al igual que su hermana, que además, con una mano, acariciaba descaradamente el paquete de aquel individuo sentado a su lado.


Aquello me dejó un tanto desubicado, quedándome mirándolos fijamente, lo cual llevó a Sasha a percatarse de que algo ocurría y haciendo que mirara en la misma dirección que yo lo hacía.


Cuando comprendió que era lo que, tan notablemente, estaba captando mi atención, me dijo:


—Hummm, así que eso es lo que estás mirando, a las chicas de aquella mesa que no te quitan la vista de encima.


—¿Qué...?, no, esto... Verás, se me ha pasado comentarte algo importante. —Le dije titubeando, al caer en la cuenta de que no le había dicho que María, mi ex, junto con su hermana, eran las ocupantes de la mesa.


—¿Qué?


La chica de la izquierda es María, mi ex, y la de la derecha, la que está tocándole el paquete al tipo, es Marina, su hermana.


Sasha, lanzó una sonora carcajada.


—¡Joder!, ¿no te parece divertido? —exclamó, muerta de risa.


—¿El qué?


—¿El qué?, ¿en serio? —Me contestó con un tono entre divertido y sarcástico.


—Sí, dime.


Y con sus preciosos ojos, humedecidos y brillantes, debido a la risa, replicó:


—Pues resulta cómico ver a la, en teoría, mojigata, de tu ex, en un sitio como este, mirando con cara de zorra y de deseo, como le hacen una paja a un tío, que seguramente, si le hiciese una seña para que se acercara, vendría corriendo como una perra en celo, para masturbarlo ella misma, sin saber que se trata del tío al que abandonó.


—Pues la verdad, desde ese punto de vista... sí tiene su gracia. —Y los dos comenzamos a reír al unísono.


—Javi, ¿por qué no pruebas?


—¿Qué pruebe, qué?


—Prueba a hacerles una seña, a ver si vienen.


—¡¿Qué?! ¡Ni de coña!


—¿Por qué? Imagínatelo, sería una risa para ti y aunque no lo sepa, una humillación para ella. ¿Te imaginas que también viene la hermana y participa?... ¡¡¡Buaaa, ya sería la bomba!!! ¡Va, porfa! Hazles una seña.


—Pero Sasha, en cuanto abra la boca, reconocerá mi voz y a saber qué puede pasar. No quiero problemas con esa tiparraca.


—Hummm, sí. Eso no lo había pensado. ¡Joder!, habría molado.


—Sí, la verdad es que sí. —Y los dos volvimos a reír.


En esas estábamos, cuando escuché una voz a nuestro lado, terriblemente familiar.


—Hola, disculpad que os moleste. ¿Podemos sentarnos con vosotros?


Instintivamente, Sasha y yo, alzamos la vista a la par, dirigiéndola hacia el lugar de donde provenía aquella voz.


No pude evitar quedarme paralizado, cuando vi que se trataba de quien yo imaginaba, puesto que había reconocido su voz al instante.


Allí, de pie, frente a nosotros, escudriñándonos con interés, se encontraban, Mari, Marina y "... un señor de Murcia", tan solo faltaba "Ninette".


Recuerdo que pensé: —¡Por Dios, que Sasha los despache y salve la situación, sin tener, yo, que abrir la boca!—.


Lo peor, fue cuando observé que todos ellos lanzaban miradas disimuladas hacia un mismo lugar y cuando, guiándome por las suyas, la mía llegó hasta aquello que tanto les llamaba la atención. Descubrí, abochornado, que con el devenir del momento, este que os habla, continuaba felizmente, con la polla bien dura y en la mano de Sasha.


Aquello hizo que, mi largo y gordo nabo, tocara a retirada, menguando rápidamente y tratando de pasar desapercibido.


—¡Joder!, ya me lo habéis asustado. —Dijo, Sasha, riéndose y señalando hacia mi introvertido instrumento.


—Lo siento. Disculpad, nos vamos. —contestó apesadumbrada, Mari


—¡No!, espera. Hola, soy Sasha y este es Salva. —escuché horrorizado a Sasha pronunciar aquellas palabras. Por lo menos no utilizó mi nombre real.


En ese momento, como de, si impulsado  por un resorte se tratara, me levanté, plantándole un pico en toda regla a Mari, a forma de saludo, evitando con esto, tener que pronunciar palabra alguna.


Esto la dejó un tanto descolocada y que se quedara mirándome fijamente. Es lógica una reacción así, cuando un tipo que no conoces de nada, y con la chorra al aire, te planta un pico en los morros.


Aunque, tras un par de segundos, rompió a reír, ante lo cual, Sasha, también se levantó e, imitándome,  le dio un pico para romper el hielo.


Repuesta ya, de la sorpresa inicial, Mari continuó con las presentaciones.


—Bueno, esta es Marina.


—Hola, Marina. —dijo, Sasha. Para, a continuación, darle también a ella un pico, cosa que, rápidamente, yo también hice sin mediar palabra.


—Y por último, este es Marc. Mi folla amigo de confianza, desde hace más de tres años.



Cuando escuché aquellas palabras, tuve que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad y revestirme de la mayor de las santas paciencias del universo conocido.


Apreté con fuerza los puños, e intenté, mal que bien, esbozar una sonrisa que no delatase la furia asesina, que en esos momentos pugnaba por adueñarse por completo de mi ser.


Creedme, cuando os digo, que aún hoy, juro, en el nombre de los santos testículos de San Pedro, que no sé cómo fui capaz de contenerme y no hacerles una nueva cara a base de darles hostias, a aquellos tres energúmenos que tenía delante.


A Mari, por puta, a su hermana por saberlo todo y taparla, y al "hijo dalgo" del "folla amigo de confianza", por estar tirándose, mientras aún estaba casada conmigo, a aquel mal bicho.


Pero, gracias a todos los dioses conocidos, mi lucidez mental, mantuvo firme el timón. De no haberlo hecho, seguramente, de una forma u otra, habría terminado, finalmente, cornudo y apaleado. Podéis haceros una idea... los seguratas, la policía, jueces, juicios, etc


—Hola, Marc. —Y acercándose a él, Sasha le dio la mano, en vez de un pico como a ellas, obrando yo del mismo modo.


Que Sasha le diera la mano, me sorprendió, no me lo esperaba, pero ya habría tiempo de preguntarle. De momento, seguiría mudo, permitiendo que Sasha llevase la voz cantante.


Aunque para ser sincero, por muchas vueltas que le daba, no se me ocurría cómo íbamos a solventar la situación, de manera y forma que yo no tuviese que hablar en ningún momento.


Siempre y cuando, claro está, que no me hiciese pasar por mudo, pero eso no era realmente factible, en un descuido, se me podía escapar alguna palabra y provocar algún tipo de conflicto no deseado.


Pero todas aquellas cavilaciones, se esfumaron súbitamente, cuando escuché a Sasha decir:


—Disculpad que Salva no haya pronunciado una sola palabra. Hace una semana, le extirparon un pólipo de las cuerdas vocales y el cirujano le prescribió, en la medida de lo posible, que descansase la voz durante un par de semanas, y como él es muy hipocondríaco, se ciñe al pie de la letra a tal recomendación.


Cuando escuché aquello, levanté las manos al mismo tiempo que arqueaba las cejas, e inclinando un poco hacia la derecha la cabeza, en claro gesto de "Que le vamos a hacer", los miré con cara de resignación.


Hay que reconocer que, Sasha, solucionó el problema, reaccionando con una clara agilidad y agudeza mental.


A todo esto, el tal Marc, mostraba un gesto de agravio por lo que había sucedido. Yo le había dado un pico a cada una de ellas, pero la que se supone que era mi pareja, no había obrado equitativamente con él, y eso no le había hecho ninguna gracia al gilipollas aquel.


Sasha, dándose cuenta de la situación y viendo que en aquel grupito, la que llevaba la batuta era Mari, decidió tratar el tema directamente con la hembra alfa de la manada.


—Mari, ¿me acompañas al servicio? —le dijo Sasha, mirándola a los ojos y levantando las cejas a modo de confidencial súplica.


—Vale, vamos. —Contestó, Mari, tras pensarlo durante un par de  segundos y darse cuenta, de que aquello significaba, parlamentar en referencia a algún concepto importante, que debía, ella, conocer y consecuentemente asumir.


Entre tanto, yo me preguntaba: ¿qué cojones iba a hacer, durante el tiempo que ellas estuviesen ausentes, en la única compañía de aquel par de retrasados?


Por suerte, para mí, el disc-jockey, de forma imprevista, anunció que iba a dar comienzo el espectáculo de sexo en directo de aquella noche, lo cual mantendría entretenidos a los dos anormales, en lo que se demorase el regreso de Sasha y de la "cyka blyat".


Los tres, tomamos asiento, en el mismo momento en el que, un hombre y una mujer se situaban en la plataforma elevada de la pista de baile.


La pareja, que amenizaría por un rato el local, estaba compuesta por un musculado macho y una espectacular hembra, de generosos pechos y sinuosas curvas.


Ambos iban ataviados con las clásicas vestimentas de carnaval, rematadas por vistosas máscaras, profusamente adornadas, que cubrían por completo sus rostros, al igual que la de Sasha y la mía.


El espectáculo comenzó, con una sugerente danza entre ambos, acercándose a la vez que se contoneaban y se acariciaban, para después, de nuevo, volverse a separar, al son de las notas de una melodía, un tanto lúgubre, que no sabría, a ciencia cierta, qué estilo la definiría en esencia.


Según se unían, el uno al otro se despojaban de una prenda, que una vez separados, dejaban caer al suelo. Al final, como era de esperar, los dos quedaron totalmente desnudos, a excepción de la máscara que les cubría el desconocido rostro.


Tras esto, el tono de la erótica representación, iba in crescendo, provocando que de forma paralela, también creciera la excitación de los enardecidos espectadores, que atentos, asistían a la mencionada performance sexual.


En un momento dado, giré la cabeza en dirección a los servicios del local para ver si las veía regresar, pero al ver que, de momento, mi deseo no iba a ser concedido, volví a centrar mi atención en la representación, no sin antes, dedicar un fugaz vistazo, a mis incómodos compañeros de reservado.


Y, ¡cuál no sería mi sorpresa!, al descubrir, a la que antaño fue mi repelente cuñada, proporcionando la más generosa de las felaciones, al maldito bastardo, que con la inestimable ayuda de Mari, había dado, en un no tan lejano pasado, al traste con mi honra.


Siempre pensé que, Marina, claramente, disfrutaba degustando una buena sopa de almejas, pero, al parecer, no le hacía ascos a nada, tanto le daba, carne, como pescado.


Apartando la vista, de aquel otro espectáculo, volví a centrar mi interés en el que, frente a nosotros, en el mismo centro de la pista de baile, se desarrollaba.


Habrían transcurrido unos quince minutos, desde que aquel diera inicio y encontrándose ahora en su acto más álgido, en el que la dama debía quedar ensartada como oliva rellena por un palillo en un martini, en este caso, por el estoque de su viril compañero de armas, pareciese que aquello no iba a tener lugar.


Para desgracia personal, del componente masculino del dueto, su otrora flamante miembro, curtido, en mil y un envite sexual, había tomado a bien disponer que, tocaban a interludio, dando lugar al consabido y temido gatillazo.


La pobre chica, se afanaba concienzudamente, mediante las más refinadas técnicas del arte amatorio, en intentar desesperadamente, insuflar algo de vida, al geranio mustio del pobre chaval, que ante los primeros silbidos y risas del respetable, iba retroalimentando, aún más, su nerviosismo, lo cual, a su vez, hacía que la labor de su compañera, se tornase, por momentos, en una empresa imposible.


Llegados a este punto, y dándose cuenta el director de pista de aquel triste circo, oteando en las alturas, desde su cabina de DJ, sabiamente decidió, dar por terminado aquel paripé, e intentando quitarle hierro al asunto, manifestó públicamente:


—Hasta aquí nuestro espectáculo de hoy. Ya saben, que todos los días no estamos en las mismas condiciones y que " En esto de empalmar, no se puede mandar", pero nuestro valiente joven, sabedor de que el espectáculo siempre debe continuar, ha hecho lo imposible por entretenerles, así que... ¡Un fuerte aplauso para Jaques y Carmina!


Ambos dos, después de dedicar al público una ceremonial reverencia de despedida, hicieron un avergonzado mutis por el foro, permitiendo retomar, a los presentes, sus actividades previas.


Tal vez por aburrimiento, busqué con la mirada a mis compañeros de butaca. Marina y Marc, ya habían cejado en su empeño de diversión sexual expuesta, y ahora se limitaban a estar sentados en silencio, aguardando el regreso de las chicas.


Por fin, un par de minutos más tarde, las vi caminar hacia nuestra mesa, charlando amistosamente.


Cuando llegaron, Mari directamente les dijo a su hermana y a Marc, que fueran de nuevo con ella hasta su mesa para que Sasha y yo pudiésemos hablar y ellos, a su vez, hacer lo propio


Aquello me dejó un tanto confundido, pero, lógicamente, esperé a que se hubieran marchado para que Sasha me pusiera al corriente de la situación.



Una vez solos, le pregunté a bocajarro a Shasha:


—¿Qué película estás montando?


—¿Película? —contestó, haciéndose la sorprendida, a la vez que se reía.


—Va, Sasha, no me tomes el pelo. ¿Qué demonios ocurre? —pregunté, ya un tanto tenso.


—Vale, tranquilo. Te cuento.


—Sí, por favor. No me gusta mucho este tipo de jueguecitos. —exprese frunciendo el ceño y Sasha volvió a reír.


—Al parecer, tus amiguitas y amiguito, están interesados en que pasemos todos juntos un buen rato.


Le he dicho que, en principio, no había problema alguno, pero que tú eres una persona menos desinhibida que yo, y aunque, para ambos es nuestra primera vez en un local de estas características, yo era mucho más lanzada que tú en estas cuestiones, que de hecho, al final habías aceptado venir debido a mi continua insistencia, pero que personalmente, hubieras preferido no tener que hacerlo.


Lógicamente, ella debía de entender que, sería extremadamente difícil que tú asimilaras de buenas a primeras, ver cómo otro se follaba a tu mujer ante ti, y que si ella quería que la historia funcionase, solo existía una posibilidad.


—¿Y qué posibilidad es esa?


—Le he dicho, que la única opción que yo encontraba realmente factible era que, en un principio, el imbécil de Marc, se quede en su mesa y que ellas vengan a la nuestra.


—¿Y eso para qué?


—Muy fácil, cuando estén aquí, yo empezaré a jugar contigo, mientras ellas no intervienen y el ególatra estúpido de Marc, lo observa todo desde su mesa sin que exista la posibilidad de que participe, hasta que tú no lo aceptes de forma voluntaria.


Una vez que yo te haya calentado, y tú des muestras de estar francamente cachondo, entonces y solo entonces, ellas tendrán vía libre para jugar contigo.


Le he explicado, que lo más normal será que, una vez te hayas divertido un poco con Mari y Marina, ya estés más predispuesto a que Marc, también participe.


 Quiero que ella piense, que tú comprenderás que aquí se juega en equipo y que si tú ya has confraternizado con las jugadoras del equipo contrario, permitirás que Marc, haga lo propio con las del tuyo, en este caso, con la única que tienes, es decir, conmigo... Solo que eso nunca sucederá.


 Después de dejar pasar un tiempo prudencial, propondré ir a una de las habitaciones privadas en la zona de parejas, digamos que, para seguir jugando, pero ya en primera división.


Ellas, aceptarán sin duda alguna, puesto que eso es lo que están buscando. Sugeriré que vayáis vosotros delante, mientras yo dedico un momento a romper el hielo con Marc y a comentarle, antes de unirnos a vosotros, un par de cuestiones.


Por lo que le he contado a Mari de ti, lo normal es que piense, que lo que quiero es liarme un poco con Marc, sin que tú estés presente y explicarle la situación, para que no actúe precipitadamente y te dé cancha, de manera y forma que, entre lo caliente que te pongan ellas y que el entrará en escena progresivamente, tú ya tendrás asimilado lo que vamos a hacer y lo aceptarás sin oposición.


—¿Y, después? —pregunté, aun sin saber qué pretendía con todas aquellas maquinaciones.


Pues... después, entrarás tú en juego.


Cuando estéis en la habitación, y siempre y cuando, Bogomil se encuentre presente en la sala previa, esto es fundamental, ya que sin Bogomil, no hay ninguna posibilidad de que el plan funcione.


Tú, las informarás, haciéndote entender por gestos. Recuerda que no puedes hablar en ningún momento, que tienes que ir al servicio y que ellas deben esperarte allí.


Si todo esto se cumple, saldrás de la habitación y hablarás con Bogomil. Le dirás que esperé junto al portero de la zona de parejas a que yo llegue.


Esto es primordial, puesto que, si el no está allí para cuando yo entre, el otro portero me prohibirá el acceso a la sala por ir yo sola.


El se encargará de que me permitan entrar, argumentando que me conoce y que no estoy sola, que soy parte de vuestro grupo, pero que me he retrasado.


—¿Y Marc?.


—Marc corre de mi cuenta, no te preocupes —Sasha, pronunció aquellas palabras con una mirada y una sonrisa extraña en su rostro.


—OK. Tú sabrás lo que haces —le contesté resignado, sin querer indagar en más detalles.


—Otra cosa. Aunque Marc es el amiguito de tu ex, parece ser que esta, le permite llevar a cabo algunos juegos de menor relevancia con su hermana, pero únicamente eso, no tienen permiso para llegar a mayores.


—Y aquí es cuando viene la bomba...


—¿La bomba?. ¿A qué te refieres?.


—Marina nunca ha follado con Marc,


—¿Y?.


—Pues eso, que Marina nunca ha follado con Marc... ¡Ni con nadie!, ¡¡¡Es Virgen!!!.


—¿Virgen? —contesté, sin terminar de seguir el hilo de su razonamiento.


—¿No entiendes lo que eso significa?... Hoy, no solo vas a disfrutar de tirarte a tu ex, sin que ella sepa que se la está follando el tipo al que tanto odia.


Además, por si algo así, no fuera suficientemente humillante para ella, si algún día decides contárselo, piensa que:


Tienes, al alcance de tu mano, la tan codiciada "Triple corona" de la humillación: Tirarte a tu ex, tirarte delante de ella a su hermana, con el gran valor añadido de que, además, es virgen y que dejaría de serlo con quien menos querría, e impedir que ese imbécil de Marc, me cate a mí, y que ni tan siquiera, se pueda tirar a su "guarriamiguita", hoy y aquí, consiguiendo con esto, ridiculizarlo y torearlo.



Tras tales reveladoras aseveraciones, dediqué unos momentos en pro de analizar la cuestión y finalmente le contesté...


—Pero, Sasha... A mí no me apetece en absoluto tirarme a mi ex, y aún menos, a su cutre hermana, por obligación, célibe. —Lo de "por obligación célibe", era porque Marina no era precisamente un bellezón al uso.


—Eso da igual, Javier. Te ha jodido, pero bien. ¿En serio me estás diciendo que no quieres cobrarte tu bien merecida revancha?


—Si te soy sincero, en estos momentos no sé qué es lo que quiero realmente. Han sido demasiadas sorpresas seguidas, y estoy en un, digamos, estado de confusión mental importante.


—Vale, lo entiendo. ¿Y cuál es el motivo que te ha llevado a contratarme a mí y a pagar a Bogomil para que la grabe con tu móvil? Pero supongo que lo que haga ella, es lo que le vas a indicar a Bogomil que grabe.


—No lo sé, Sasha. ¡Dame un respiro!


—Discúlpame, Javier. No quería agobiarte. Mira, si lo prefieres, recuperamos tu móvil y nos marchamos. Yo no estoy aquí para hacerte sentir mal, todo lo contrario. ¿Quieres que nos marchemos?


—No lo sé, esta situación me está abrumando. Necesito que me dé el aire. Voy a la terraza a fumarme un cigarro, necesito unos minutos para pensar y tomar una decisión.


Me levanté y me fui en dirección a la terraza del local. Más tarde, Sasha me contaría que había aprovechado aquellas circunstancias para ir a la mesa de Mari y decirles que me había comentado el tema y que yo, indeciso, me había marchado a la terraza a fumarme un cigarro y a reflexionar sobre la cuestión.


Ella, siempre muy diplomática, se disculpó y les pidió que me concedieran unos minutos para que yo tomara una decisión definitiva, que comprendiesen que aquello era nuevo para mí y necesitaba pensarlo.


La conjunción de factores que se dieron sirvió para reforzar y dar mayor verisimilitud, ante Mari y sus acompañantes, a la trama que Sasha había argumentado.


Habrían pasado, no más de cinco minutos, cuando Sasha, iluminó aquella estancia con su exuberante presencia. Llegó hasta el rincón de la barra donde yo me encontraba, ya sin la máscara, y situándose, de pie, tras de mí y después de quitarse también ella la máscara, me abrazó por la cintura, recostó su torso en mi espalda y apoyando la barbilla en mi hombro, me besó tiernamente en la mejilla.


—¿Estás más tranquilo, cielo? —pronunció con una cálida ternura en mi oído.


—Sí, gracias. Sasha, ¿puedo hacerte una pregunta? —dije, después de girarme y enfrentar mi mirada directamente a la suya.


—Dime, Javier —contestó, inclinándose sutilmente hacia atrás, con la clara intención de quien quiere tomar cierta distancia en espera de una pregunta de crucial significado.


—¿Qué ganas tú con todo esto?, quiero decir, ¿por qué imprimes tanto esfuerzo en pos de que alcance la meta que has marcado tú?.—Y ahora, por el contrario, acerco su cuerpo al mío, de forma que aquel movimiento, reforzara la complicidad y lealtad que, para conmigo, ella asumía, hasta la última de las consecuencias, aquella noche.


—Mentiría si te dijese que empatizo en gran medida con mis clientes. A decir verdad, es algo que en muy rara ocasión se da, pero contigo, todo ha sido muy diferente.


Tu forma de comportarte, tu caballerosidad, la tristeza implícita en tu mirada que, al contrario de lo que es habitual en todos mis clientes, carece por completo de básica lujuria cuando me miras, y tu falta de malicia, han generado en mí, una fuerte empatía hacia ti.


Y creo que debido a esto y a que algo dentro me dice a gritos que eres una buena persona, hace que sienta la necesidad de protegerte, y de ayudarte a resarcirte de quien te hizo daño de forma injustificada.


Seguramente, yo soy peor persona que tú, y lo que ya he visto que tú eres capaz de dejar pasar, justo por esa falta de malicia, a mí me llena de coraje y no quiero que esos... ¡ublyudki!, (bastardos) se queden sin su merecido castigo.


Pero, bueno, a fin de cuentas, yo no soy nadie. La decisión es únicamente tuya y te pido disculpas por como me he comportado. Lo siento, Javier. Te esperaré en la mesa y cuando vuelvas nos marchamos —y tras decir esto, con la tristeza claramente reflejada en su rostro, se giró con la intención de regresar al interior del local.


Aquellas palabras me hicieron reflexionar y darme cuenta de que yo no era un alma tan cándida, como Sasha pensaba.


—¡Espera, Sasha!.


—¿Qué?


—Te agradezco que me consideres una persona bondadosa, pero te equivocas en una cosa. Al final, soy un ser humano y como todos los seres humanos, imperfecto, y en consecuencia, dentro de mí, si hay lugar para la malicia, no sé si mucha o poca, pero ahí está.


—¿Qué quieres decir?


—Pues que, aunque de forma inconsciente en un principio, y plenamente consciente más tarde, he puesto los medios para intentar vengarme, pero como si de un juego se tratara. Quiero decir, que hasta ahora, había decidido tomar mi venganza, pero solo de pensamiento...


—¿Y?


—... Y ahora... Tienes razón, al enemigo ni agua... Ahora tomaré mi venganza, pero no tan solo de pensamiento, sino también de obra.


Volvamos dentro. —Y sin dar pie a una posible contestación por su parte, y lógicamente, después de volver a ponerme la máscara y de que ella hiciese lo propio, me encaminé decidido hacia el interior del local, con una sorprendida Sasha, a mi lado.


Cuando llegamos a la mesa y nos sentamos, Sasha miró en dirección a la mesa de Mari, y con una sonrisa en los labios, alzó el pulgar de la mano derecha, en claro signo de que yo había aceptado continuar con aquel juego.


Casi de inmediato, tanto Mari como su hermana y Marc, se levantaron, con la intención de venir a nuestra mesa, pero rápidamente, mi ex, poniendo la palma de la mano sobre el pecho de Marc, le indicó que él debía quedarse allí sentado y que ya le avisaría cuando pudiese unirse a nosotros.


El rostro del tal Marc era un poema. Al parecer, aquella orden tajante por parte de su hembra alfa, no le había hecho ninguna gracia, pero como buen subordinado, obedeció con desgana el mandato y agachando la cabeza y con el rabo entre las piernas, se volvió a sentar.


Cuando ellas llegaron a nuestra mesa, se sentaron en las banquetas que había frente al pequeño sofá, y sin mediar palabra se quedaron observándonos.


Ya era la hora, el telón se había alzado y Sasha entró en escena.


La miré y mi mente se centró en aquella bella silueta tan próxima a mi cuerpo. Ella, sin dejar de mirarme a los ojos, me acarició la mejilla y poco a poco, su mano fue descendiendo, primero por mi cuello y mis hombros, hasta detenerse sobre mi pecho, aún cubierto, el cual acarició por unos breves instantes, con la yema de sus dedos.


Tras la fugaz parada, retomo su imparable descenso, finalizando el peregrinaje de su mano, justo encima de mi paquete. Una vez allí, lentamente, comenzó a describir con la palma círculos sobre él, a la vez que, inclinándose y desplazando la máscara que le cubría el rostro hacia un lado, prodigó con sus labios, besos por mi afortunado cuello.


El lujurioso ser, que hasta ese momento permanecía placidamente dormido entre mis piernas, despertó, apoderándose rápidamente de él una rabiosa dureza.


Dureza que, al notarla Sasha en su palma, tuvo a bien liberar, de la prisión de tela que la retenía cautiva.


Sin dejar de besar mi cuello, desabrocho el botón del pantalón y bajó la cremallera, para después introducir su mano bajo mi ropa interior.


En ese momento, noté como asía delicadamente mi pene y lo estimulaba subiéndolo y bajándolo suavemente y no pude evitar que un pequeño gemido escapase de mi garganta.


Después de un par de minutos embelesado por el movimiento de su mano, dejó de besarme el cuello y situando de nuevo en su sitio la careta, volvió a incorporarse, para después obligar a salir de su guarida al sexual ente, y regocijar con su visión al par de zorras sentadas frente a nosotros.


Sasha, continuó masturbándome delante de ellas por un rato, hasta que girando su cabeza en su dirección, les indicó que se acercaran.


Las tres se levantaron, Sasha intercambió su asiento por el de Mari y Marina se sentó en el otro sitio libre que quedaba junto a mí.


Una vez sentadas, fue Mari la que tomó el relevo y continuó con la improvisada paja.


Yo, por mi parte, decidí que era el momento de contribuir al plan y me dispuse a elevar la temperatura corporal de las dos arpías que me tenían rodeado.


Con mi mano izquierda, la más próxima a Marina, busqué el final de la falda que vestía y una vez la hallé, introduje mi mano debajo de ella.


Fui subiendo por sus muslos, hasta llegar a su zona genital. Marina abrió instintivamente las piernas y situé la mano sobre su sexo.



Al hacerlo, pude notar la humedad en el tejido de sus bragas; estaban empapadas. Como pude, aparté un poco la tela y con cuidado, fui introduciéndole un dedo en el interior de su vagina, que destilaba flujo sin cesar.


Marina, sintió un escalofrío que erizó el vello de su cuerpo, y echando la cabeza atrás, profirió un sonoro gemido que poco o nada intentó disimular.


Aquella perra, estaba ardiendo por dentro y su conejo se afanaba en generar fluidos en un vano intento de apagar aquel incendio.


Decidí subir unos grados más su termostato, y para ello, con cuidado, le introduje un segundo dedo que, una vez dentro junto al primero, procedí a meter y a sacar lentamente.


Poco tiempo después, Marina se encontraba con el cuerpo inclinado hacia atrás, apoyándose en el asiento con los brazos estirados y las palmas sobre este, mientras mantenía sus temblorosas piernas lo más abiertas que podía, dada la posición en la que se encontraba sentada, y ya sin poder dejar de gemir.


Entre tanto, Mari había dejado de masturbarme, para bajar su cabeza hasta mi pene e introducírselo en la boca, para de esa manera poder hacerme una buena mamada.


Recuerdo mirarla sorprendido y pensar que aquello era otra sorpresa.


Le gustaba mucho el sexo oral, pero solo recibirlo, jamás darlo, y en las contadas ocasiones que accedió a chupármela, fue después de estar una hora suplicándoselo, pero hoy... sin pedírselo, le estaba dando una mamada sin parangón, y sin asco ninguno, a un desconocido, y por si fuera poco, dejando que otras personas la vieran hacerlo.


Aquello hizo que casi se me bajara de rabia, y consiguió evaporar las pocas dudas y remordimientos que me pudiesen quedar respecto de lo que iba a hacer.


Ya metido en el papel, empujé su cabeza con fuerza hacia abajo, y le di dos fuertes envites que le introdujeron mi rabo hasta la garganta, cosa que casi la hizo vomitar. Tosiendo y tirando baba, se la sacó de la boca intentando recuperar la respiración.


Aprovechando que se la había sacado, me giré hacia Marina y cogiéndola por la nuca, la guié hacia mi sexo, que increíblemente duro, brillaba debido a la saliva de su hermana.


Marina, no se lo pensó y rápidamente, la engulló completamente sin la menor arcada, para después, comenzar a subir y a bajar rítmicamente su cabeza, sacándose e introduciéndose de la boca, la completa extensión de mi polla.


Tal vez nunca había follado con nadie, pero estaba claro que, aquella no era la segunda vez... ni la tercera, ni la cuarta... que se la chupaba a un tío.


Mientras recibía tan gustosa felación, intenté masturbarla, como había hecho antes con la otra, pero el hecho de que llevara pantalones y no falda imposibilitó la labor con una sola mano, ante lo cual me tuve que dedicar a tocarla por encima de la ropa.


Sasha, viendo el problema, y sabedora de la importancia de calentar a Mari lo suficiente como para que aceptase seguir la fiesta en la zona de parejas, accediendo a prescindir en un principio de la presencia de Marc, se levantó y se puso detrás de ella.


Después, procedió a cogerle con las manos ambos pechos y a la vez que se los masajeaba sensualmente, tiró de ella hacia arriba para hacerla ponerse de pie.


Cuando lo consiguió, pasó a besarle la nuca y deslizando las manos hasta el botón de sus pantalones, los desabrochó y se los bajó hasta mitad muslo.


Una vez hecho esto, acompañando con su cuerpo el de ella y volviéndola a besar en la nuca, la hizo sentarse de nuevo con las piernas entreabiertas.


Viendo yo la inteligente jugada, con celeridad, llevé mi mano al ahora sí, desprotegido coñito y metiendo dos dedos por debajo de sus bragas, los introduje en su vagina y comencé a masturbarla.


Al poco, el flujo que escapaba por entre los labios vaginales de Mari, ya empapaba mi mano por completo, y ella gemía ruidosamente, lo cual me preocupó un poco.


Cuando alcé la vista de su sexo y miré a mi alrededor, la práctica totalidad de las personas del resto de reservados tenían su atención fija en nosotros.


Ya que tanto Mari, como Marina, estaban ya muy cachondas, y que yo, debido a la mamada que me estaban dando, comenzaba a notar como crecía en mí una imperiosa necesidad de correrme, decidí que era el momento de poner punto y final al espectáculo público y trasladar nuestra pequeña fiesta a un lugar más privado.


Giré la cabeza hacia Sasha, que rápidamente leyó en mi mirada mi pretensión, ante lo cual dijo:


—Chicos, ¿qué tal si continuamos dentro? Estaremos más tranquilos y podremos jugar todos. ¿Qué os parece?


Yo asentí con la cabeza, extrayendo los dedos del interior de Mari, que dio un leve respingo. Marina, que se había sacado de la boca mi aparato, miró a Sasha y le dijo que estaba de acuerdo.


Por último, Mari, que aún continuaba como en trance, finalmente reaccionó levantándose del sofá y subiéndose el pantalón y con un tono de urgencia, contestó:


—Sí... Sí, claro. Vámonos a una de las habitaciones; en este sofá es muy incómodo.


—Perfecto. Salva, Mari, id vosotros tres primero, ¿vale? Así hablo yo con Marc y rompo el hielo, que el pobre se ha quedado solo y pone mala cara.


Como llevados por un invisible resorte, todos nos giramos en dirección a Marc. Este permanecía sentado en la mesa, luciendo en el semblante, una expresión de cabreo que casi logró que me descojonase de risa en el mismo instante en que la vi.


—Vale, Sasha, vamos nosotros delante. ¿Te parece bien, Salva? —me preguntó Mari, a lo que yo asistí con la cabeza, siempre fiel a mi papel de mudo temporal.


—Perfecto, ahora nos vemos. Yo voy a hablar con Marc.


Sasha encaminó sus pasos hacia la mesa de aquel idiota y nosotros tres nos fuimos a la zona de parejas. Mientras caminábamos hacia esa zona, una pregunta asaltó mi mente... ¿Qué tendría planeado Sasha para el incauto de Marc? Sonreí para mis adentros, casi sintiendo lástima por aquel pelele.


Una vez, la diosa pelirroja nos vio desaparecer tras la puerta de aquella sección; le dijo a Marc sonriendo.


—Cariño, tú y yo iremos enseguida, pero primero tenemos que hablar de cómo debes actuar para que Salva se sienta cómodo.


—¿Qué Salva se sienta cómodo? Estoy hasta los cojones del tal Salva, llevo aquí una hora sentado mirando cómo él se lo monta de lujo y yo sin comerme una mierda, así que levanta el culo y vamos con ellos.


Por cierto, más te vale currártelo conmigo si Salvita y tú no queréis problemas, ya he tenido suficiente paciencia con vosotros. —dijo, alzando la voz y cogiéndola del brazo.


—Sí, cariño, pero no te enfades, por favor.


—¡Levántate ya! —le gritó de forma inconsciente, levantándose y tirando de ella por su brazo.


Aunque pareciese que él era el macho dominante y ella, la fémina sumisa que acata sus mandatos, la verdad es que nada más lejos de la realidad.


Sasha, no solo era poseedora de una singular y llamativa belleza, también poseía una inteligencia y una frialdad mental que podrían rivalizar con las del propio Maquiavelo. Si Marc hubiese conocido de antemano el nivel del que hacía gala la oponente que tenía frente a él, nunca habría osado desafiarla con tal desprecio y falta de respeto. Pero ahora ya era tarde y su destino, sellado.


—Sí, amor. No te enfades. Vamos con ellos —exclamó Sasha, comenzando a caminar precedida por un orgulloso, aunque ignorante, Marc.


Justo cuando estaban llegando a la entrada de la zona de parejas, ella se detuvo y le dijo:


—Cielo, no me he acordado de coger la llave de la taquilla. Espérame aquí un momento, voy a pedírsela a Sara y vengo enseguida.


—¡Joder, tía, pareces tonta! Vamos por ella.


—No te enfades, Marc. Ya voy yo; tú espérame aquí. Te aseguro que el conjunto que llevo debajo de la ropa te va a compensar por todo, ya verás, vas a flipar —le dijo, con un tono de voz sensual y mimoso, que terminó por convencerlo.


—Vale, te espero aquí, pero date prisa. ¿Está claro?


—Sí, amor. Ahora mismo vuelvo —y se marchó en dirección a la entrada del local, siguiéndola Marc con la mirada.


Cuando llegó donde Sara se encontraba, con voz apesadumbrada y rostro afligido, le dijo


—Sara, puedes llamar a Dimitri Alexandre, necesito hablar con él.


—¿Ha pasado algo? —preguntó Sara al ver la cara de tristeza y preocupación de Sasha.


—Necesito hablar con Dimitri, por favor, Sara.


—Sí, claro. Quédate aquí un segundo, voy a decirle que entre.


Sara salió por la puerta y al minuto regresaba con Dimitri.


—Hola, señora, ¿está usted bien? Tiene mala cara, y ¿dónde está el señor Javier? ¿Le ha pasado algo?.


—No, Javier está bien. Ha ido al servicio y luego a la terraza a fumar.


—¿Le ha pasado algo a usted?


—Sí, Dimitri —contestó Sasha agachando la cabeza y con los ojos casi en lágrimas.


—Cuénteme qué ha sucedido, no se preocupe, la ayudaremos.


—Lo que ocurre, Dimitri, es que cuando Javier se ha marchado, un hombre se ha acercado a mí y me ha propuesto que fuera con él. Como yo me he negado, se ha enfadado y me ha gritado. Luego me ha cogido del brazo y me ha obligado a levantarme y ha intentado obligarme a ir con él.


—¿Estaba usted en la mesa del fondo a la izquierda?


—Sí, estaba en esa mesa.


—Sí, ya nos han avisado; estábamos a punto de acudir cuando ha salido Sara a buscarnos.


—Ha sido aquel, ¿lo ves?, el que está allí de pie delante de la puerta de parejas, y me da miedo que vuelva Javier y ese hombre le haga daño cuando me vea con él.


—No se preocupe, señora, ya nos encargamos nosotros. Sara, entra con ella en el cuarto de recepción y esperad allí hasta que volvamos. —Sara y Sasha, entraron en un cuartito que estaba frente a ellas, en esa misma zona de recepción, y Dimitri le dijo a su compañero que entrase.


Estaban entrando en aquel cuartito, cuando entró el otro portero y junto con Dimitri, se dirigieron con paso rápido hacia el lugar donde Marc se encontraba.


Este, que movía la cabeza como un búho, intentando vislumbrar dónde se había metido Sasha, los vio venir, pero en ningún momento pensó que el objeto que focalizaba toda la atención de aquel par de gorilas era su propia persona.


Es por esto que, cuando se plantaron frente a él con una clara actitud agresiva, aún les pidiera que se apartasen porque le obstaculizaban la visión del hall, y no contento con ello, el muy estúpido intentó abrirse paso por entre medias de los dos machacas.



Cuando se quiso dar cuenta, Dimitri lo llevaba, aferrando con una mano su muñeca, y con el brazo torcido y pegado a la espalda, a la vez que con la otra, lo sujetaba por la nuca, obligándolo a agachar la cabeza y mirar al suelo.


Al mismo tiempo, el otro portero lo sujetaba de igual forma, pero del brazo contrario y con la mano libre, cogía la parte central trasera de la cintura de su pantalón y tirando de ella hacia arriba, lograba que Marc apenas si pudiese apoyar los pies en el suelo. De esta manera, debido a no tener un punto de apoyo estable, le era francamente difícil mantener el equilibrio y por ende, intentar cualquier clase de movimiento en vista de poder zafarse.


De esta guisa, casi en volandas y ante la estupefacta mirada del resto de clientes allí presentes, lo condujeron rápidamente fuera del establecimiento.


A la par que esto sucedía, un incrédulo Marc no paraba de preguntarles por los motivos que habían propiciado aquel inesperado desenlace; más, a pesar de su insistencia, no obtuvo respuesta alguna.


Ya en el exterior, y cuando parecía que todo iba a terminar, los porteros, contrariamente a lo que Marc pensó, no se detuvieron.


Bajaron las escaleras y por un lateral, se escabulleron con celeridad hasta un pequeño y oscuro patio que había en la parte trasera del local.


Cuando por fin lo soltaron, algo en su interior le decía que aquello aún no había terminado, y no tuvo que esperar mucho para recibir la confirmación de tan lúgubre intuición.


Un par de segundos después de soltarlo, esta llegó del puño de Dimitri, quien le propinó un salvaje puñetazo en la boca del estómago, haciéndole expeler de golpe el aire de sus pulmones, para después caer de rodillas con los brazos rodeando su abdomen y plegándose sobre sí mismo a causa del punzante dolor.


Cuando alzó la cabeza, desesperado por inspirar una bocanada del precioso oxígeno que tanta falta le hacía, su acción se vio sesgada de raíz por la rodilla del otro portero, que estrellándose inmisericorde contra su cara, le destrozó la nariz, le partió los labios y le hizo perder varias piezas dentales, provocando que un intenso dolor lacerante hiciera presa en él.


Por suerte, para Marc, la brutalidad del impacto le hizo perder la cons
ciencia y con ella también se fue el dolor, quedando sumido en un tranquilo limbo onírico.


Cuando tiempo después despertó en aquella aséptica cama de hospital, su mente era un lienzo en blanco, en el que ya nunca se plasmaría color alguno.


Una vez que, previamente, terminamos de prepararnos en los vestuarios, un repentino calor nacido en mi ingle se extendió copando el resto de mi cuerpo, cuando vi la indumentaria de Mari y de su hermana.


Mi ex, llevaba puesto un conjunto de lencería compuesto por una única pieza. Era similar a un body, pero de rejilla, que incluía en su diseño incluso las medias.


La parte encargada de cubrir el sexo de la mujer, se limitaba a un par de finas tiras que discurrían paralelas por la zona más externa de los labios mayores de la vagina, naciendo independientes a la altura de la cintura, y que, a medida que descendían, iban reduciendo paulatinamente la distancia entre ellas, para terminar formando una única en el perineo.


Después, aquella fina banda, retomaba su ascenso oculta entre las nalgas, para unirse de nuevo, a la altura de la parte posterior de la cintura, al cuerpo principal de la prenda.


Para finalizar, los pechos quedaban cubiertos por completo y remataba la pieza en un escote palabra de honor, pero el paso de rejilla era tan amplio que permitía verlos sin dificultad alguna, incluso los pezones solían quedar en el exterior, pasando a través de este.


Su hermana lucía idéntico modelito con la salvedad de que en el suyo existían dos aberturas que permitían, a los pechos, quedar expuestos.


Desde allí nos dirigimos a la zona de las habitaciones.


Ignorantes plenamente de los sucesos que habían tenido lugar entre Sasha y Marc, nosotros tres ya nos encontrábamos en el interior de una de las habitaciones privadas, dispuestos a retomar el juego, justo donde lo habíamos dejado.


Momentos antes de entrar en la reducida y discreta estancia poli amorosa, había respirado tranquilo al contemplar el sobrio semblante de Bogomil, exactamente donde se suponía que se encontraría.


El plan que Sasha había trazado iba cumpliéndose fidedigno, etapa por etapa.


Mari y Marina se tumbaron en la cama y me miraron sonriendo. Yo, de pie delante de ellas, me quedé inmóvil por unos segundos y, bajando la mano hasta mi paquete, cogiéndolo y dando unos pequeños saltitos infantiles, les hice entender que me estaba meando.


Ellas torcieron el gesto, molestas por la inoportuna necesidad fisiológica que cómicamente yo describía con mímica y con un desganado gesto de su mano, Mari me indicó que fuera.


Salí de la habitación, asegurándome de que la puerta y el ventanuco quedaban cerrados, y le indiqué a Bogomil que me siguiera hacia el pasillo central.


Tenía que asegurarme de que no fueran conocedoras de aquella clandestina reunión.


—Bogomil, tienes que ir a donde está tu compañero en la entrada de parejas y quedarte allí. Dale conversación, la que sea, hasta que llegue Sasha.


No te preocupes, llegará enseguida.


—Pero... ¿Para qué tengo que esperar a Sasha?.


—Pues porque ella no irá acompañada y tú te encargarás de decirle a tu compañero que la conoces y que está con nosotros. Si cuando ella llegue, tú no estás, tu compañero le prohibirá el acceso por no ir en pareja como mínimo y el plan no funcionará.


—Entendido, señor. ¿Y cuándo ella llegue y entre, qué he de hacer yo?


—Tú regresarás a tu puesto y te situarás justo delante de la puerta de nuestra habitación, para que los que pasen por ahí no se acerquen a fisgonear. Necesitamos que ellas estén concentradas en lo que están haciendo y que no haya distracciones a su alrededor.


—Entendido, señor.


—Yo me encargaré de dejar el ventanuco entreabierto para que tú, cuando no haya nadie, puedas grabarnos. Sé que no serán secuencias continuadas, pero eso no es ningún problema. y... Bogomil



—Sí, señor.


—Aunque yo voy a hacer todo lo posible para que ellas centren toda su atención en Sasha y en mí, eso no quita que continúe existiendo la posibilidad de que te descubran, así que... discreción ante todo.


—Por supuesto, señor. Yo soy el primer interesado en que esto salga bien.


—Ok, Bogomil. Ahora date prisa y ve con tu compañero.


Bogomil se marchó con paso acelerado hacia la entrada y yo regresé a la habitación.


Cuando entré, decir que me quedé perplejo sería tildar lo que vi con excesiva amabilidad; sería más correcto utilizar una expresión más acorde cronológicamente a las que utilizábamos cuando yo era mucho más joven... ¡¡¡Flipé en colores!!!


Ante mi atónita mirada, Mari y Marina seguían en la cama, pero realizando un perfecto 69 entre ellas. ¡¿Cómo podían ser tan guarras?! Las muy zorras no se cortaban lo más mínimo; se estaban comiendo el coño entre hermanas.


Sé que hay personas a las que este tipo de numeritos las pone cachondas, pero he de reconocer que yo no me encuentro entre ellas.


A pesar del asco que me dio presenciar aquello, como se suele decir en el ámbito de la farándula, el espectáculo debe continuar y, quitándome el eslip, me subí a la cama transformando el dueto en trío.


En la posición en que me encontraba, mi polla quedaba a la altura de la cara de Marina y mi cabeza a la altura de su coño.


A la vez que Mari separaba con los dedos los labios vaginales de su hermana y metía la lengua lo más profundo que podía en su interior, yo empecé a masturbar su clítoris, haciéndola retorcerse de placer.


Marina separó la boca del coño de su hermana y estirando un poco cuerpo y cuello, logró llegar hasta mi glande.


Al principio, lo lamía y chupaba calmadamente, pero llegó un momento en que la succión que ejercía sobre él era realmente fuerte, hasta el punto de hacer que el color rosado que lo caracterizaba, adquiriera un tono púrpura y aumentara en grosor.


Debido a aquella postura, empezaba a dolerme el cuello y decidí cambiar de posición y justo en aquel momento, llamaron a la puerta.


Me levanté, dejando a las hermanas a lo suyo y abrí. Como había supuesto, era Sasha y tras ella se encontraba Bogomil.


Ella entró y yo, antes de cerrar la puerta, manipulé el pestillo del ventanuco, descorriéndolo; luego cerré la puerta y abrí un poco la ventana, apenas una rendija, pero lo suficientemente ancha como para permitir que Bogomil pudiese grabar con el móvil lo que sucedía en el interior de la habitación.


Sasha se quedó de pie observando lo que las dos guarras estaban haciendo y me regalé la vista con el cuerpo de aquella preciosa amazona al que tan solo cubría un escueto tanga de color negro.


Me quedé embobado mirando su culo, un culo como yo nunca había visto al natural, respingón, de piel tersa, con la firmeza del basalto y el color rosa pálido de la morganita.


No aguanté más, y situándome a su espalda, la abracé por la cintura, pegando mi, para entonces ya, durísimo miembro a su culito.


Entonces ella cogió mis manos y las bajó hasta su sexo, el cual, con delicadeza, comencé a acariciar sobre la negra tela del tanga, que inmediatamente noté húmeda.


Ella, a su vez, llevó las suyas hacia atrás y encontrando mi pene, lo rodeó con los dedos, masturbándome suavemente.


Mari, de repente, apartó bruscamente a su hermana y se incorporó, quedando sentada en el borde de la cama, mirándonos con una extraña expresión en el rostro, como si acabase de ser consciente de algo que, hasta tan solo unos segundos antes, había pasado desapercibido para ella.


—Sasha, ¿dónde coño está Marc?


—No tengo ni idea.


—¿Cómo que no tienes ni idea? —preguntó Mari, alzando la voz y ya un tanto mosqueada.


—Pues eso, que no tengo ni idea. Cuando os habéis marchado, me he sentado con él para hablar, pero él no quería, estaba muy enojado.


Yo he intentado calmarlo, pero él seguía muy enfadado. Al final, he pedido un par de copas y mientras nos las bebíamos, poco a poco he logrado que se tranquilizase un poco.


—¿Por qué estaba tan enfadado? —preguntó Mari.


—¿Tú qué crees? Estábamos las tres con Salva y él solo en la mesa, ni tan siquiera le has dicho que te ibas. ¿Cómo no se iba a mosquear?


—Vale. ¿Pero ahora dónde está? —Le volvió a repetir, imprimiendo en su voz un tono de urgencia.


—Te he dicho que no lo sé. Cuando ya lo había logrado calmar, más o menos, e íbamos a venir a reunirnos con vosotros, me han entrado ganas de orinar debido a la última copa y le he dicho que me esperara allí, pero cuando he salido del cuarto de baño, él ya no estaba.


He dado una vuelta por las zonas permitidas a singles del local, pero no he podido dar con él, así que he supuesto que no quería esperar más y que habría venido aquí.


—¿Y cómo coño, iba a venir aquí? Si no vas en pareja o con una pareja, no te dejan entrar.


—¿Cómo que no te dejan entrar si vas solo? Yo iba sola y me han dejado entrar. Bueno, también es verdad que les he dicho que estaba con vosotros, pero al igual que yo, él también podría haberlo dicho.


—Mari —dijo Marina—, no le des más vueltas, ya sabes como es. Se habrá pillado un cabreo de los suyos y se habrá marchado a casa... No sería la primera vez.


—Ya, es verdad. Pues nada... Que le den por gilipollas y celoso. Él se lo pierde.


—Bueno, ¿entonces qué?, ¿continuamos los cuatro o nos vamos a casa? —preguntó Marina.


—Sí, vamos a continuar —sentenció finalmente Mari.


Yo, que como es normal, no había pronunciado ni una sola palabra, me acerqué a Mari, que continuaba sentada en el borde de la cama y sin pedir permiso, se la metí en la boca. Mari, se rio y se puso a mamármela.


Habían pasado unos pocos minutos cuando Sasha cogió un condón y, sacándole mi polla de la boca a Mari, me lo puso.


—Cariño, tenemos una sorpresa para ti —dijo, Sasha, con un tono de voz pícaro.


Yo me encogí de hombros, dando a entender que no sabía a qué se refería, y entonces ella dijo:



—Marina. ¿Ya estás lista para que te metan tu primera polla dentro del coñito?


—¡Por fin! Llevo toda la noche esperando a que llegue este momento. Salva, rómpeme el coño de una puta vez.


—¡¡¡Siiiii!!! —gritó Mari. A la vez que aplaudía.


—Venga, cielo. No la hagas esperar más, y enséñanos a su hermana y a mí cómo la desvirgas con ese pollón que tienes.


Sasha y Mari se hicieron a un lado y yo me puse sobre Marina, que, acostada boca arriba en la cama, aguardaba su premio bien abierta de piernas.


No me hice de rogar y, cogiéndome la polla con la mano, la encaré, situándola exactamente en la entrada de su cerrada vagina.


Poco a poco fui ejerciendo presión con la punta de mi glande en el orificio que sus labios menores pugnaban en vano por salvaguardar.


Cuando la punta de mi capullo comenzó a entrar, incrementé levemente la presión para vencer la resistencia que su himen ofrecía. Marina, notando como mi glande comenzaba a abrirse paso en su interior, también empezó a notar el dolor que de aquella acción era consecuencia directa.


De nuevo, aumenté un poco más la fuerza con la que intentaba penetrarla y finalmente, mi polla venció toda resistencia que pudiese ejercer la fina membrana.


Con una mueca de dolor, cerró los ojos, frunciendo el ceño y apretando los dientes con fuerza, intentando soportar aquella sensación lacerante que emanaba de su interior, tras desgarrar mi pene su himen.


Suavemente, continué introduciéndome en ella hasta que mi pubis quedó pegado al suyo, y me quedé inmóvil para que pudiese normalizar aquella sensación de invasión que estaba experimentando.



Pasado un tiempo prudencial, fui extrayendo mi sexo, hasta dejar dentro solo la punta de la lanza que la había perforado por primera vez y pude observar como el condón salía teñido de rojo. La desfloración de Marina, ahora, ya era un hecho.


De nuevo, dejé pasar unos segundos y volví a sumergir en su gruta mi duro aparato, y prolongando este modus operandi por espacio de unos minutos, conseguí que el dolor remitiese notablemente.


Poco a poco, fui incrementando la velocidad, hasta escuchar como Marina producía unos sonidos que no era capaz de identificar con claridad, dudando entre sí eran gemidos de placer o gruñidos de dolor.


Pero aquello no me detuvo y continué penetrándola. Después de diez minutos, me erguí; separando mi torso del suyo y cogiéndole los pechos, aumenté notablemente la potencia del bombeo.


Debido a los envites, en ocasiones gotitas de sangre virginal salían despedidas, impactando tanto en su vientre como en el mío, hasta que, abriendo sus ojos como platos, un orgasmo le sobrevino impetuoso.


Después de esto, bajé el ritmo paulatinamente hasta detenerme por completo y liberé a mi rabo de aquella rojiza cueva.


—¿Salva, te has corrido? —escuché preguntarme a Mari, y la miré negando con la cabeza.


—Menos mal. Ya pensaba que me ibas a dejar con las ganas —y levantándome de la cama, me acerqué a Sasha y le susurré al oído:


—Sasha, dile que voy al vestuario a limpiarme y que cuando vuelva le toca a ella... y dile también que, con un poco de suerte, tendrá una sorpresa. —Sasha, se quedó mirándome sin entender a qué me refería.


—Mari, Salva dice que va a asearse un poco y cuando vuelva, estés preparada... Ah, sí. ¡Y qué igual te da una sorpresa!


—¿Una sorpresa? ¿Qué sorpresa? —preguntó, al mismo tiempo que yo salía por la puerta.


—No lo sé, no me lo ha dicho. Tendremos que esperar a que vuelva, no queda otra.


Me aseguré de cerrar la puerta y con un gesto, le dije a Bogomil que me siguiera. Una vez en el pasillo anterior a la salida de la zona de parejas, hablé con él.


—¿Has podido grabar?


—Sí, señor. He grabado un poco del 69 que han hecho ellas y luego a usted con la de la cama.


—Perfecto.


—Señor, ¿puedo hacerle una pregunta?


—Claro. Dime...



—¿Esa mujer tenía... ¿Cómo se dice… cuando tiran sangre en el mes? No sé en español la palabra.


—¿Cuándo tiran sangre...? Ah, ya. ¿Te refieres al periodo... la regla, verdad?


—En ruso es menstruatsiya.


—Bueno, aquí se dice: Menstruación, periodo o regla.


—¿Y tenía?


—No, Bogomil. Era virgen. Nunca había follado con un hombre.


—¡¿Virgen?!... ¿De verdad? ¿Y viene a este sitio? —dijo Bogomil, realmente sorprendido.


—Pues eso parece, amigo mío.


—Bueno, señor. Si usted lo dice...


—Bogomil. Necesito que hagas otra cosa, pero tienes que ser rápido.


—Sí, señor. ¿Qué necesita?


—Mientras voy a los vestuarios a limpiarme —he olvidado comentar que yo iba totalmente desnudo, a excepción de la especie de chanclas o zapatillas de ir por casa que daban—. Quiero que tú vayas a la zona del pub y traigas a dos de los singles que están allí esperando a que una pareja los invite a acompañarlos.


—¿Y cómo deben ser?


—Busca dos que no sean feos y que tengan un cuerpo atlético. No hace falta que sean tipos de gimnasio; con que no estén gordos ni excesivamente delgados, servirán, y les dices que hay una pareja que tiene la fantasía de ver como dos tíos se follan a la mujer, por delante y por detrás a la vez.


—Muy bien, señor.


—Y Bogomil... Si uno de los dos puede ser negro, ya sería perfecto. Yo te estaré esperando en los vestuarios, intenta no tardar mucho.


—De acuerdo, señor. Haré todo lo que pueda.


Bogomil le dijo a su compañero que iba a buscar a dos tipos para una pareja primeriza que no se atrevía a buscarlos por vergüenza y que le habían pedido el favor. Mientras yo fui a los vestuarios a limpiarme y a esperarlos.


Diez minutos después, Bogomil regresó con dos chavales jóvenes de treinta y pocos años. Los dos eran más o menos de mi estatura, de complexión media y lo mejor de todo, uno de ellos era oscuro como una noche sin luna.


—Señor, estos son; Elías y Tafarí. Quieren participar en su fantasía y no les importa que usted mire.


—Muchas gracias, Bogomil, vuelve a la sala y ahora vamos nosotros.


—Bueno, chicos. Mi mujer no sabe nada de esta sorpresa, pero yo sé que lo está deseando, eso sí, todo con educación y tenéis que simular que sois tímidos.


—¿Tímidos? —preguntó, Elías.


—Verás, a ella le gusta llevar la voz cantante y le pone más caliente pensar que va a tirarse a dos pipiolos vergonzosos, pero cuando ya esté lanzada, dadle caña con ganas.


—Entiendo, pues seremos tímidos. ¿Verdad, Tafarí? —le dijo a su compañero y los dos se rieron.


—¿Os conocíais de antes? —pregunté, viendo la familiaridad con que Elías le hablaba a Tafarí.


—Claro, nos conocimos aquí, hace casi un año y nos hicimos amigos. ¿Hay algún problema?


—No, en absoluto. Solo he preguntado por curiosidad. Bueno, quitaos la ropa, pero dejaos puesta la ropa interior.


Los dos se quedaron en ropa interior y salimos del vestuario. Cuando íbamos por el pasillo, me vino a la mente una curiosidad.


—Tengo otra pregunta. ¿Tafarí tiene algún significado o traducción en español? —dije, deteniéndome y viendo sorprendido como ambos comenzaron a reír sonoramente.


—Sí, significa "El que inspira asombro" —me contestó el negrito que acto seguido siguió, junto a su compañero, riendo aún con más ganas.


—¿Y esas risas? ¿He dicho algo gracioso o estúpido? —pregunté, ya un tanto molesto por el cachondeo que se traían conmigo.


—No, tranquilo tío, no te enfades. Nos reímos del nombre de Tafarí. Sus padres no pudieron elegir un nombre más acertado. Anda, explícale a qué me refiero —le dijo Elías, al risueño morenito.


Seguidamente, Tafarí se bajó con decisión el slip y vi asombrado como aquel chaval ostentaba entre las piernas una polla que bien podría haber pasado por una Coca-Cola de dos litros.


—¡Joder! Ahora lo entiendo. Sí que es verdad que inspiras asombro, sí —y después de decir esto, los tres rompimos en espontáneas carcajadas.


Llegamos a la sala y allí se encontraba Bogomil esperándonos. Nos acercamos a la puerta y antes de entrar, le dije a Bogomil que continuara como antes "vigilando", y a ellos, una última cosa.


—Por cierto, chicos. Dentro hay tres mujeres: mi mujer, su hermana y una amiga mía pelirroja. A esa tenéis terminantemente prohibido acercaros. ¿Os ha quedado claro?


—Sí, tranquilo —contestaron con una media sonrisa burlona en la cara, como pensando: "El viejo este, ¿qué coño dice?" Ya diremos nosotros si nos acercamos o no".


En ese momento, Bogomil, que les sacaba medio metro de altura y que su espalda era más ancha que ellos dos puestos uno al lado del otro, se les quedó mirando con la furia brillando en sus ojos, el cuerpo tenso y apretando los puños les dijo:


—El Señor ha preguntado si os ha quedado claro... ¿Os ha quedado claro? —dijo, Bogomil, hinchándosele las venas del cuello.


—Sí, señor. Clarísimo, de verdad —contestaron al unísono los dos, ya sin rastro alguno de sonrisa en sus caras.


—No lo olvidéis. Y  tampoco os olvidéis que yo estaré detrás de la puerta todo el rato. —Y tras la advertencia y la amenaza velada del gigantón, giré el picaporte y abrí la puerta.


La atención que las tres mujeres centraron en mí al acceder a la estancia pronto fue subyugada por la presencia de los dos varones a los que precedía y una vez hubimos estado los tres dentro, procedí a cerrar la puerta.


—¿Esos quiénes son, Salva? —preguntó Mari. Con un lujurioso brillo en la mirada.


Me acerqué a Sasha y le susurré:


—Dile que son su sorpresa y que disfrutará mucho más con ellos de lo que lo hubiera hecho solo conmigo.


—Mari, Salva dice que son tu sorpresa y que vas a disfrutar mucho más que solo con él.


—No sé. Esto no es lo que habíamos hablado. Primero desaparece Marc y ahora Salva cede su puesto a estos dos. No termino de verlo claro.


Por suerte, para nosotros, Marina, que ya estaba de nuevo pidiendo guerra, se excitó sobremanera al imaginar el abanico de posibilidades que aquel par de sementales desplegaban ante ella.


—Va, Mari. No te pongas ahora estupenda... Llevo años escuchándote decir que no te importaría que te jodieran dos tíos a la vez, y que siempre habías querido probar a un negro. Bueno, pues ahí lo tienes. Hoy es el día.




—Ya lo sé, pero... una cosa es decirlo y otra hacerlo. Es mucha carne para un solo comensal.


—Tú misma. Yo no voy a desperdiciar la oportunidad —y diciendo esto, se levantó de la cama y desnuda como iba, fue directa a los dos toros.


—Preséntanos, Salva. —Yo de nuevo volví a susurrarle a Sasha.


—Sasha, haz las presentaciones oportunas. El blanco se llama Elías y el negro, Tafarí.


—Chicos, esta es Marina. Ellos son Elías y su exótico compañero se llama Tafarí.


—Mucho gusto, chicos.


—Igualmente, Marina —contestó el salido de Elías, dándole un pico, al tiempo que rodeaba su cintura con un brazo y llevaba el otro hasta su culo, depositando en una de las nalgas su mano.


Tafarí obró de igual forma que su amigo, tras lo cual ella, girándose hacia su hermana y dedicándole una mirada de reproche, le dijo:


—Mari, por lo menos, levántate y ven a saludarlos.


Ella, sin pleno convencimiento y denotando su lenguaje corporal una fría desgana, se levantó y saludó a los dos machos, después de lo cual, mirando fijamente al más oscuro de los dos, preguntó:


—¿Qué clase de nombre es Tafarí?


—Es africano y significa "El que inspira sorpresa"


—¿Y qué sorpresas tienes para nosotras? —le preguntó Mari, utilizando, ahora ya, un tono más jovial.


—¿Qué te parece esta? —contestó el negrito bajándose el eslip.


Cuando Mari, Marina y Sasha vieron aquel pene que, sin estar erecto, sobrepasaba los dieciocho centímetros, se quedaron sumidas en un pasajero trance, sin poder apartar la vista de aquella zaina herramienta.


Por fin, Mari reaccionó y tomó el aparato del africano que, apenas sí podía abarcar su diámetro con una sola mano, y sonriendo le dijo:


—¿Siempre está así o te quedan más sorpresas?


—Frótalo como la lámpara, y te llevarás otra sorpresa si despiertas al genio.


Mari, sin dudarlo, empezó a masturbar suavemente el falo, que por momentos iba adquiriendo dimensiones bíblicas.


Transcurrido tan solo un minuto, aquella descomunal polla se mostró en todo su esplendor, rozando los treinta centímetros de longitud y a duras penas rodeada, valiéndose en esta ocasión de ambas manos.


Viendo Marina que su hermana iba a copar momentáneamente la compañía de Tafarí, desvió su interés hacia un mudo Elías, que, divertido, observaba la escena.


Yo, por mi parte, los dejé obrar y cogiendo de la mano a Sasha, la llevé hasta el sofá, pasando los dos voluntariamente a un discreto segundo plano.


Desde allí, nos dispusimos a observar en silencio cómo se desarrollaban los acontecimientos entre los cuatro protagonistas partícipes.


Marina no había perdido el tiempo, y arrodillada ante Elías, se la chupaba con la avidez propia de una sobredimensionada lactante.



En ese momento, me fijé en cómo calzaba el tal Elías, y aunque ni tan solo por asomo llegaba a cotas próximas a las de su colega zumbón, tampoco se hacía desmerecer, calculando yo, a ojo de buen cubero, una longitud de entre dieciocho o diecinueve centímetros de carne en barra.


Dirigí de nuevo mi atención hacia nuestro oscuro invitado, que en esos momentos, ya tenía a Mari batallando con un esquivo condón, con el que intentaba sin éxito equipar al ciclópeo falo que llevaba en un extremo a un negro pegado.


Cansada ya de la imposibilidad de la labor e impaciente por empalarse en aquel mástil, desechó la opción profiláctica aconsejada y como se suele decir, disfrutó a pelo.


Aquello realmente no me sorprendió; a ella le encantaba que los hombres eyaculasen sin condón dentro de ella. De hecho, desde que la conocí y comenzamos a salir, hasta las casi dos décadas que se prolongó la relación, jamás utilizamos un solo preservativo para follar, habiendo dejado desde entonces y hasta ahora litros de esperma en su vagina y útero.


Aunque sí es verdad que ahora se trataba de un desconocido, y nada garantizaba que no fuese portador de alguna enfermedad venérea, pero bueno, ese no era mi problema. Allá ella, con los riesgos que estuviera dispuesta a correr en su afán de calzarse tan imponente verga.


Mari tumbó al muchacho en la cama boca arriba y trepando como pudo hasta lo más alto del mástil de la bandera sudafricana, lo dirigió hacia la entrada de su coño y fue dejándose caer lentamente sobre él.


Vi como poco a poco se iba deslizando hacia abajo, dilatándose su vagina hasta un punto que yo jamás había visto, y no sin dificultad, se introdujo la mitad de aquel mastodóntico pedazo de carne.


A esas alturas pensé incrédulamente: "Eso va a ser imposible que le entre por completo", pero ante mi atónita mirada y no exento de dolor por su parte, aquel obelisco carnal no tardó mucho en desaparecer por completo en la profundidad de sus entrañas.


Una vez su sexo se hubo adaptado al tamaño del falo de Tafarí, con cuidado y apoyando las plantas de los pies sobre la cama y las manos en el negro pecho de su amante, con un movimiento ascendente se fue desempalando lentamente, para después realizar el mismo movimiento en dirección contraria.


Cuando mi atención dejó de centrarse en ver desaparecer y reaparecer de nuevo dentro de ella el monstruo que la poseía, me percaté de un par de detalles que hasta ese momento habían pasado desapercibidos para mí, ciertos detalles que en parte me resultaron un tanto grotescos.


El primero de ellos, fue la cara que la maldita zorra ponía cada vez que se le introducía dentro aquel alien, estirando el cuello y elevando el rostro hacia el techo, llegando a poner en algunas ocasiones los ojos en blanco y con la boca abierta, dejando que escurriera de ella un hilito de baba.


El segundo, fue el que me resultó realmente gore. Cuando la polla de Tafarí iba entrándole, llegaba un momento en el que en su abdomen crecía un abultamiento que se desplazaba de igual manera que lo hacía el pene dentro de ella. Era tan grande aquel cipote que se le marcaba desde dentro en la superficie de la tripa.


Mari empezó a aumentar la velocidad con la que se metía y sacaba la descomunal porra negra, y viendo Tafarí que el tema se animaba, cogiéndola por los brazos, la obligó a inclinarse, descansando su pecho en el de él.


De aquella manera, ahora sería él quien pudiese controlar el ritmo y la profundidad de la penetración y como era de esperar, no tardó mucho en poner en práctica su recién adquirido estatus dominante.


La sujetó con las manos por la cintura y cada vez que alzaba la cadera para imprimir más fuerza a la penetración, empujaba la de Mari hacia abajo, de forma que se deslizara rápidamente al encuentro del pollón.


Aquel movimiento provocaba que el pene terminara golpeando con inusitada potencia al inicio del cuello del útero, escuchándose un impacto seco en su interior, junto con un quejido y una mueca de dolor por parte de ella.


Las duras perforaciones se fueron repitiendo y Mari, poco a poco, logró comenzar a sentir placer con ellas.


Mientras esto sucedía, la otra protagonista de la película porno se encontraba a cuatro patas, recibiendo con gozo las fuertes acometidas que Elías le prodigaba, a la vez que gemía y le gritaba:


—¡Sí, fóllame! ¡Así, sí, fuerte, dame, cabrón! ¡Me gusta!, ¡sigue así! ¡Me vas a dejar el coño como el de las putas!


—¡¿Quieres que te deje el coño igual de abierto que el de una puta?! —le preguntó gritando Elías.


—¡Sí, cabrón! ¡No me importa! ¡Continúa, continúa... estoy casi, sigue!


—¿Te vas a correr ya? ¡Joder, aguanta un poco, puta!


—¡No puedo... no...! ¡Dame fuerte... dame más fuerte!... ¡¡¡Mmmm... siiiii!!! —y Marina se dejó caer exhausta debido al apoteósico orgasmo que acababa de experimentar.



Elías, decepcionado, y ya con el pene fuera de ella, se quitó el condón y lo arrojó a una papelera que para aquellos menesteres había en la habitación.


Miré a Marina, permanecía tumbada boca abajo, con la cabeza ladeada, los ojos cerrados y una expresión de bienestar en el rostro. Permanecía inmóvil, como sumida en un tranquilo trance.


Todo lo contrario al macho que la había poseído; este, con un marcado semblante de fastidio, se limpiaba el aparato con una toallita húmeda que también, cortesía del local, había cogido de un dispensador que allí se encontraba anclado a la pared.


Viendo la situación y que el tipo parecía dispuesto a dar la noche por terminada, tuve que rápidamente intervenir antes de que se enfriasen sus viriles ánimos.


Me levanté del sofá y con un gesto, le indiqué que me siguiese al exterior de la habitación, cosa que hizo sin oposición ninguna.


Abrí la puerta con sigilo y una vez estuvimos los dos fuera, de nuevo la cerré con mucho cuidado para que Mari, que estaba de espaldas a ella, no se percatara.


Acto seguido, y casi con un susurro, le dije tanto a él como a Bogomil que viniesen conmigo y los llevé casi hasta el final del pasillo central.


—¿Qué pasa? —me espetó fríamente Elías.


—Parece que la cabrona te ha dejado con las ganas. ¿No?


—¿Tú qué crees? Menuda mierda, me tiro a la fea y encima no me corro. Si llego a saber esto... Voy a vestirme y me piro. Dile a Tafarí que ya le llamo mañana. —dijo, girándose y dándome la espalda con la clara intención de marcharse.


—¡No, espera un momento!


—¿Qué? —contestó, deteniéndose y dándose la vuelta.


—Te has follado a Marina porque te ha dado la gana, nadie te ha obligado, pero aún no has cumplido el trato que teníamos.


—¿Qué coño dices tú ahora?. ¿Qué trato?


—Habíamos convenido en que teníais que follaros a Mari, Tafarí y tú a la vez, por el coño y por el culo.


—¿Y qué? ¿No has tenido suficiente espectáculo? Yo me largo.


—¡Tú no vas a ningún sitio! —dije ya alzando la voz y con un claro tono de cabreo y mandato.


—¿Tú de qué vas, tío? Yo hago lo que me da la gana y me largo de aquí.


—¿Sí, en serio? Vale, a ver a Bogomil qué le parece.


—¡Joder, tío! —dijo, entre frustrado y resignado, viendo a Bogomil erguirse imponente, a la vez que, mirándolo serio y sin pestañear, apretaba los puños.


—¿Y bien?...


—Que sí, que me quedo. ¿Qué quieres que haga, me la tengo que follar por delante o por detrás?


—Mi primera idea era que el negrito le petara el cacas, pero creo que si ahora los hacemos parar, se joderá el invento.


—¿Entonces... le doy por el culo?


—Sí, pero no vayas a saco. Te acercas y actúas en plan delicado. Empiezas acariciándole la espalda, besándola en el cuello, susurrándole al oído con voz sensual lo buena que está y lo caliente que te pone... Ya sabes, tienes que ir de ese palo.


—Joder, que sí. Iré de moñas con tu putita.


—Elías, mírame. Compórtate como te he dicho y te marcharás a casa habiéndote corrido y entero conforme has venido, pero cágala y Bogomil junto con un par de amigos te hará arrepentirte de haber nacido. ¿Te ha quedado claro?


Sí, de verdad. No se preocupe, haré todo lo que usted mande y como lo mande —contestó, mirando a Bogomil con preocupación, miedo y resignación en el rostro.


Me llamó la atención que, después de la seria advertencia, pasó de tutearme como al principio a demostrar sumisión y respeto, utilizando de forma inconsciente el recurso formal de "ustedear" o "ustear", es decir, tratarme de usted.


Después de este inciso, breve, pero necesario, regresamos los dos juntos a la habitación y Bogomil ocupó su lugar rápidamente.


Nada más entrar, Elías fue hacia Mari. Cuando llegó a ella, se arrodilló a su lado y, valiéndose de la yema de los dedos, trazó caminos ascendentes y descendentes por su espalda, deslizándolas suavemente, para después, de igual modo, hacerlo a lo largo de sus brazos.


Mari, que sudaba profusamente, continuaba montando a su azabache semental. Al notar las delicadas caricias con las que Elías la agasajaba, giró la cabeza en su dirección y le sonrió gratamente sorprendida.


Este, al ver su reacción positiva, se aproximó más aún a ella y continuó el cortejo con húmedos besos en su cuello que fueron lentamente ascendiendo por él hasta llegar a la mejilla, para poco después encontrarse irremediablemente con sus labios.


Cuando Mari recibió aquel primer tímido beso en la boca, no titubeó y correspondió ardientemente a él, prolongando el contacto premeditadamente en el tiempo.


Elías pasó entonces a dedicar sus caricias a los pechos y posteriormente, cuando el ambiente se hubo caldeado lo suficiente entre ellos, a los pezones, los cuales pellizcaba y estiraba con delicadeza.


Que le acariciaran los pezones de aquella manera siempre la había excitado sobremedida, lo que provocó que transformara besarlo en comerle con lujuria la boca.


Con todo esto, el bueno de Elías había recuperado de nuevo el tono, y otra vez, su herramienta pedía la confrontación con un mojado sexo femenino.


El aguerrido macho, antes de cambiar de tercio y reubicar el surtido de caricias con las que la estaba obsequiando, giró su cabeza y me miró en busca de confirmar mi aprobación ante su desempeño seductor.


Yo, cortésmente y sonriéndole, moví mi testuz asintiendo con ella, mostrándole de esta forma mi satisfacción por como estaba desempeñándose en la tarea que le había encomendado.


Él continuó acariciando con una mano sus pezones y la otra la desplazó sobre su sexo, para de esta manera masturbarla, frotando con dos dedos su clítoris.


Mari, que hacía ya rato que había dado comienzo al juego amatorio, con esta nueva incorporación centrándose en darle placer, sintió que el momento cúlmine no se encontraba ya muy lejano y mirando a Elías, le dijo:


—¡Hostia! ¡Entre la polla de Tafarí y tú haciéndome una paja, vais a conseguir que me corra!


—Aguanta un poquito. Estás buenísima y me has puesto supercaliente... Tengo una sorpresa para ti que te va a gustar. —Le susurró eróticamente al oído.


—¡Otra! —exclamó ella, sonriendo abiertamente.


—Sí, cariño. Tú relájate.


Y diciendo esto, Elías movió la mano que tenía sobre sus pechos hasta su boca y recogiendo con los dedos cuánta saliva pudo, la llevó hasta el esfínter de ella.


Con maestría, sus dedos trazaban círculos sobre él, mojándolo a la vez del natural lubricante y masajeándolo de forma y manera que lograra relajarlo de forma efectiva. Una vez alcanzado ese punto, procedió a introducir con sumo cuidado un dedo en el recto de la chica.


Esta, al darse cuenta de la maniobra y lo que seguramente significaba, protestó, volteando su cuerpo por la cintura para poder mirarlo directamente.


—¿Qué haces? ¿No tendrás la intención de metérmela por el culo, verdad? —le preguntó Mari, sobresaltada.


—Shissst. No digas nada y relájate...


—Que no quiero que me folles por el culo, ¿vale?


—Vale, tú no te preocupes y disfruta, que para eso estamos nosotros aquí.


—La polla, no. Si quieres continuar metiéndome el dedo, vale. Eso me gusta, pero que me den por el culo me duele mucho y no quiero.


—Vaaale, no te preocupes, solo con los dedos. —Y después de decir esto, le sacó el dedo, le puso más saliva y se lo volvió a introducir al mismo tiempo que besaba y lamía el lóbulo de su oreja.


Siempre que yo la había follado por el culo, había sido después de mucho insistir y de calentarla previamente de forma notoria. Al final, después de dilatarle el agujero con varios dedos introducidos progresivamente y con una buena cantidad de lubricante, con reticencia me permitía penetrarla muy despacio con mi pene.


Normalmente, cuando tenía la mitad de este introducido, ya no me dejaba profundizar más. Me obligaba a quedarme inmóvil y era ella la que, a su ritmo, iba introduciéndose lo que faltaba y una vez lo tenía todo entero en su interior, al igual que antes, sin permitirme movimiento alguno, era ella la que se movía de forma casi imperceptible, lo cual hacía de tal práctica algo del todo anodino e insustancial.


Pero también es cierto que, pasados un par de minutos, el placer la embargaba rápidamente y entonces, y solo entonces, el ritmo que imprimía a la penetración aumentaba considerablemente, proporcionándome a mí las calientes sensaciones que perseguía con tal fin.


Pero aquello duraba poco, puesto que, a pesar de que, según ella, no quería hacerlo por el culo, ya que no le gustaba porque le dolía, cuando la follaba de esta forma, a los cinco minutos ya se había corrido, siendo incapaz de aguantar más, debido al placer que de forma repentina la poseía inexplicablemente.


Elías ya le había introducido dos dedos y me fijé que iba en pos de meterle un tercero. Lo estaba haciendo bien, sin ninguna prisa, permitiéndole que se acostumbrara de forma progresiva a la sensación al tiempo que su esfínter se dilataba.


Cuando terminó de meterle el tercero, dejó caer más saliva sobre ellos para aumentar la lubricación y fue entonces cuando me di cuenta de que sobre el dispensador de toallitas húmedas había un par de sobrecitos rectangulares negros.


Me levanté y fui a verlos de cerca, y efectivamente se trataba de dos dosis individuales de lubricante. Sonreí ante mi buena fortuna, y cogiendo uno y abriéndolo, se lo entregué a Elías, que se alegró de tan valioso y oportuno hallazgo. Después regresé y me senté de nuevo al lado de Sasha.


Al haber abierto yo el lubricante en previsión de que él no tuviese que sacar los dedos para hacerlo, le fue muy sencillo verter una cantidad razonable sobre ellos y entre ellos, logrando que se deslizaran más placenteramente en el interior del dilatado esfínter.


Ella, en esos momentos, ya estaba muy perra y movía su culo al compás de Elías, facilitando voluntariamente una penetración más profunda.


Conociéndola como la conocía, me di cuenta de que el momento ya era el idóneo y acercándome sigilosamente al chaval, le dije al oído que ya podía intentar penetrarla.


Él, antes de extraer los dedos, con la mano libre, impregnó su pene completamente de lubricante y una vez hecho, los extrajo y descansó su glande en el orificio anal, dándome cuenta yo de que no había tenido la precaución de ponerse un preservativo.


Bueno, pensé: otro más que le va a dejar todo el pastel de crema dentro.


Con delicadeza, empujo la punta hacia el interior del recto de Mari. Al notarlo, dijo:


—Joder, ya lo sabía yo. Siempre igual... Bueno, prueba, pero métemela muy despacio.


Vi cómo ella le indicó a su caliente negrito que parara de bombear y se estuviera quieto. Luego, con el culo en pompa y deslizándose un poco hacia atrás, se sacó más de la mitad del pollón de Tafarí para facilitar la entrada de la otra verga por su culo.


Elías, suavemente, aumentó la presión al mismo tiempo que Tafarí la masturbaba con la mano. Por fin, el glande desapareció dentro de ella y lentamente.


Él lo volvió a sacar, forzando de esa manera que el esfínter se abriese otra vez y aprovechando que estaba fuera para de nuevo poner más lubricante tanto en su miembro como en el agujero anal de ella.


Situó por segunda vez la polla en la entrada del recto y volvió a ejercer presión, y esta vez la punta entró con mayor facilidad. Visto que el momento y la dilatación le eran propicios, continuó empujando y sin apenas dificultad, la para nada despreciable verga del chico terminó enterrada por completo en el culo de mi ex.


El chaval la volvió a sacar, pero solo en un cincuenta por ciento, y fue entonces Tafarí quien aprovechó la coyuntura para volver a entrar la suya, e inmediatamente Elías también lo hizo.


Mari lanzó un aullido de dolor cuando ambos penes se encontraban en su interior. Aquello la hizo sentir como a la par, sus dos agujeros se abrían tensándose y produciéndole una sensación dolorosa de quemazón.


Los dos hombres, ignorando el dolor que le estaban causando, comenzaron a bombear en su interior de forma sincrónica, alternando entre ellos el movimiento de penetración.


Mari seguía quejándose de dolor y les pidió que pararan, y viendo como la ignoraban, elevó el tono de sus protestas y sus gruñidos de dolor, mucho más de lo deseable. Si no hacíamos nada al respecto, pronto aquellos gritos llamarían de forma contraproducente una atención no deseada.


Ante la complicada situación, Sasha reaccionó con celeridad: levantándose, yendo hasta ella y sentándose a su lado, apartó la mano del africano para tomar el relevo y continuar siendo ella quien la masturbase.


Al mismo tiempo, desechando finalmente la máscara, se puso a lamerle los pechos y los pezones, intercalando estas atenciones con tiernos besos en su boca.


Mari, ante el precioso rostro de Sasha que por fin podía contemplar, aderezado esto último por las caricias y los besos que generosa y dulcemente esta le regalaba, el dolor se estaba transmutando milagrosamente en placer y las quejas del principio se difuminaron, terminando por desaparecer, dejando paso a gemidos guturales de lujuria difícilmente contenida.


Los dos machos, dándose cuenta de la situación, arreciaron sus movimientos y Mari ya gritaba descontroladamente por el placer que estaba sintiendo con aquellas dos pollas, llenándola por completo y con una preciosa mujer acariciando su clítoris.


Sasha, viendo que la muy zorra estaba ya desatada, decidió que no estaría mal que, además de comportarse como una guarra desesperada por ser follada, también hablase como la puta que en realidad era.


Y para ello, se acercó a su oído y le susurró:


—¿Te gusta, putita?


—Siiii, me gusta mucho


—¿Cómo dices? No te oigo, ¡grita!


—¡¡¡Siiiiii!!! ¡¡¡Me gusta mucho, quiero más!!!


—¡¿Qué quieres, más pollas follándote?!


—¡¡¡Siiii!!!


—¡¿Te gustaría que te metiesen dos pollas por cada uno de tus agujeros?!


—¡¡¡Sí, me encantaría!!!


—¡¿Te encantaría?! ¿Seguro?


—¡Sí, seguro!


—¡Pero, cabrona!, ¡¿cómo puedes ser tan puta?! ¡¿Te encanta que los tíos te usen como a una puta?!


—¡Siiiii!, ¡Me gusta que me obliguen a ser su puta!


—¿Y también eres la puta de tu marido?




—¡¡¡No!!! Fui una puta, pero no de él. Le puse los cuernos y al otro le hacía todo lo que al cornudo no me daba la gana hacerle para joderlo.


—¡Sí que eres puta y cabrona!


—¡¡¡Siiii y ahora soy la puta de un negro!!! ¡Me gustaría que un negro me preñara y obligar al mierda de mi ex a verlo!


—¿De veras eres tan hija de puta? —le preguntó Sasha, viendo ya el estado en el que se encontraba y las confesiones que la retrasada mental estaba haciendo.


—¡¡¡Siiii, lo soy!!! ¡¡¡Va, cabrones, hacedme todo lo que queráis!!! ¡¡¡Quiero que me reventéis el coño y el ojete!!! ¡¡¡Ahora soy vuestra puta, obligadme a lo que queráis... quiero que me violéis... quiero que me tiréis dentro toda vuestra lefa... quiero que me dejéis preñada!!!


Los desvaríos de Mari habían alcanzado cotas inimaginables, y aunque no dejaba de gritar, me pareció escuchar al negro decir que se iba a correr.


Los dos maromos continuaron manchando con vehemencia hasta que, finalmente y casi al unísono, ambos eyacularon rabiosamente, llenando las entrañas de Mari con caliente esperma.


Mari, gritando sin medida, tajante, les ordenó continuar, autopenetrándose con sus pollas de forma salvaje, hasta el punto de hacerles daño al golpearles los testículos.


Por este motivo y por haberse corrido ya, tanto Elías como Tafarí se salieron de ella, dejándola sentada en la cama, escurriendo semen por el coño y el culo y sin dejar de preguntarles, gritando a pleno pulmón qué coño estaban haciendo y por qué se la habían sacado antes de que ella se corriese, que eran unos hijos de puta y que se iban a acordar de ella, que la habían cagado pero bien.


Viendo el circo que estaba montando y ante el cariz que el esperpéntico momento estaba tomando, Sasha y yo hicimos mutis por el foro y abandonamos disimuladamente la habitación.


Llegamos a la carrera al vestuario y tras nosotros entró Bogomil, quien me entregó el móvil y me dijo que lo había grabado todo.


Quedamos en que, después de que nos vistiésemos, Sasha y yo lo esperaríamos en el parking, y yo,  le daría su dinero. Él estuvo de acuerdo y se fue.


Nos vestimos a toda prisa, escuchando desde allí la trifulca que al perecer estaban montando entre las dos hermanas y los dos colegas de folletéo en la habitación.


Antes de abandonar la zona por la puerta de parejas, alcanzamos a ver al portero que, junto con Bogomil y otros dos machacas, se dirigían por el pasillo hacia la zona de habitaciones.


Salimos del garito sin intercambiar palabra alguna con nadie y nos dirigimos sin mirar atrás hacia el parking donde mi coche se encontraba.


Al llegar, Yegor se encontraba impertérrito en su guardia y viéndonos llegar, nos saludó. Nos detuvimos a su altura y nos preguntó cómo lo habíamos pasado. Lógicamente, le dijimos que de maravilla y le pedí que llamara a un taxi o un Uber para Sasha.


Yegor, aunque un tanto sorprendido de que ella no se marchase conmigo, obedeció y consiguió rápidamente transporte.



Mientras esperábamos a que llegara su coche, ella y yo permanecimos abrazados, reconfortándonos con el calor de nuestros cuerpos el uno al otro, hasta que, finalmente, su carruaje llegó anticipando la inexorable partida de la bella Sasha.


Antes de subir al coche, me dio su número de teléfono, y mirándome tiernamente a los ojos, me besó. Después se subió en la parte trasera del vehículo y justo cuando se puso en marcha, bajó la ventanilla y cuando ya se alejaba pude leer en sus labios..."Llámame".


Y allí de pie, en el mismo lugar donde horas antes había tenido la fortuna de conocerla, congelado en el tiempo con la tristeza dibujada en mis ojos, vi perderse en la lejanía, tras el oscuro manto de la noche, a aquella dulce chiquilla de cabellos como hilos de fuego y miel que se entrelazaban en un melancólico atardecer, tejidos por la última luz de un sol moribundo rendido a su ocaso.


Cuanto tiempo permanecí en aquel mismo lugar como una estatua de sal, en el más vacío de los silencios y con la mirada perdida en la dirección en la que la presencia de Sasha se desvaneció como un incorpóreo ser, haciéndome incluso dudar de si alguna vez fue real, es algo que aun a día de hoy, soy incapaz de contestar.


Sin embargo, recuerdo que me encontraba profundamente sumido en aquel pensamiento, cuando una mano se apoyó delicadamente sobre mi hombro y que, junto con la familiar voz de Bogomil, me ayudaran a regresar a la realidad que me había tocado vivir.


—Señor, ¿está usted bien?


—Sí, Bogomil. No te preocupes, amigo mío.


—Cuando conoces a Sasha... se mete dentro de ti y ya nunca eres capaz de olvidarla, pero créame, señor... Es mejor que no la llame o terminará por venderle su alma.


—¿Cómo sabes que me...? Déjalo, no importa. —Y sacando mil euros del bolsillo, se los entregué mientras uno al lado del otro continuábamos con la mirada fija en aquel horizonte que ya empezaba a clarear.


Al fin reaccioné y me giré hacia Bogomil


—Adiós, amigo mío. Espero que nuestros caminos vuelvan a cruzarse otra vez en mejores circunstancias.


—Yo también, señor —y dándole un sincero y emotivo abrazo de despedida, le susurré al oído... —¿Sabes? Creo que seguiré tu consejo.


Pulsé el botón y el motor del BMW rugió retornando a la vida. Cuando pasé al lado de Bogomil, me detuve por un breve instante y dije:


—Cuídate mucho, amigo


—Lo haré, señor. —Y cuando ya me había alejado casi una decena de metros, escuché gritar a Bogomil


—¡Señor!, ¡¿utilizará el video o lo borrará?!


—¡No lo sé, amigo mío! ¡Tal vez... me cobre una vieja deuda! —y sacando la mano por la ventana me despedí por última vez de Bogomil, que se quedó allí de pie viendo como lentamente me alejaba y sin llegar a comprender qué había querido decir con aquella postrer frase.



Nunca más he vuelto a ver a Bogomil, pero estoy seguro de que estará feliz de saber que finalmente seguí su consejo. En muchas ocasiones estuve tentado de marcar aquel número que todavía hoy conservo, pero cuando siento que voy a caer, siempre recuerdo las palabras de aquel gigantón de buen corazón, al que unas pocas horas le bastaron para ganarse mi más profundo y sincero aprecio de por vida.



EPÍLOGO


Un mes después de que viviera aquella odisea nocturna, me desplacé hasta mi ciudad natal con la intención de visitar a un viejo amigo.


A pesar de los años transcurridos, fui capaz, casi sin tener que levantar la vista del suelo, de llegar hasta aquel barrio, ahora deprimido y marginal, ubicado casi a las afueras de la ciudad.



El panorama con el que me encontré era desolador, calles plagadas de socavones, restos terrosos de lo que otrora fueran aceras, de las farolas destrozadas pendían, sus fanales vencidos de los cables eléctricos como sombras de un ayer olvidado y la basura poblaba por doquier colonizando hasta el último rincón de aquel lugar dejado de la mano de Dios, que más bien parecía una zona de guerra.


Un sentimiento de profunda tristeza se apoderó de mí al contemplar que el declive más absoluto, había hecho de aquel lugar su ajada amante.


Por suerte, había dejado el coche aparcado en casa de mis padres, de haber ido hasta allí con él, no sé si lo habría sacado de una pieza, de igual forma que no sabía si yo saldría de allí conforme había entrado.


A medida que me acercaba a los primeros bloques de viviendas, grupúsculos diseminados de personas se encontraban reunidos para calentarse en torno a improvisadas fogatas hechas en bidones metálicos abiertos de doscientos litros.


Cuando me vieron, todos guardaron silencio observándome minuciosamente. De vez en cuando se escuchaba algún comentario poco halagüeño y el desprecio que mi presencia les producía se dejaba sentir en el aire.


Tras superar los primeros, llegué hasta la segunda fase de bloques de viviendas que conformaban la estructura del lugar.


Como en la primera fase, aquí también presidía una especie de plazoleta de rotos adoquines, la zona en la que se ubicaban las viviendas, separando esta, la calzada, del acceso a los bloques.


Y también como en la primera, personas sentadas en la calle en sillas de mimbre y otras en torno a fogatas, dialogaban entretenidas hasta ser conscientes de mi presencia.


Prácticamente, el noventa y nueve por ciento de los residentes eran de etnia gitana y el uno por ciento restante eran en su mayoría mercheros, junto con unos pocos payos.


Cuando puse un pie en aquella plazoleta, un integrante de uno de aquellos grupos, alzando la mano para llamar mi atención, dijo, elevando la voz:


—¡Payo! ¡Ven pa ca, hombre! ¡Que no te vamo a hase na!


Me quedé mirándolos y encaminé mis pasos hacia aquel heterogéneo grupo. Cuando llegué hasta donde se encontraban, los miré con atención; estaba seguro de que todos eran gitanos.


—Buenos días.


—Bueno día, hombre. ¿Qué hase tú por aquí, jambo? ¿Tas perdio o e que viene a mercá?


—Estoy buscando a un amigo mío.


—Pa que te merque farlopa, ¿a qué sí, payico?


—No vengo a comprar farli, busco a un antiguo amigo del colegio.


—¿Y cómo le disen a ese quiribó que bugca?


—Se llama Frasco


—Aquí habemos muchos Frascos.


—No sé si vivirá aquí aún. Su padre se llamaba Francisco Montoya y su madre, Paquita Heredia, y tenía seis hermanos: El Joaqui, el Manuel, el Antonio, el Andrés, el Anselmo y el Sebastián.


Todos se quedaron callados, mirándome de arriba a abajo y por fin, el mismo tipo me preguntó:


—¿A ti cómo te disen?


—Me llamo Javier Urrutia.



Cuando le dije mi nombre, el gitano llamó a un chaval que estaba apoyado en una pared cercana a nosotros.


—¡Chabó, ven pa ca— cuando llegó, le murmuró algo al oído que no pude escuchar y el crío salió como alma que lleva el diablo en dirección a uno de los bloques.


—¿Y bien? ¿Lo conocen ustedes o no?


—Me parese que tú tas buscando al señó Francizco, pero ándate con ojo, que si hase algo raro, tas jugandotel cuello.


—¿Seguro que sois quiribós utedes dos?


—Sí, se lo aseguro.


—A mismito lo saberemos, payo.


Transcurrieron alrededor de ocho o diez minutos en los que ellos siguieron hablando de sus cosas ignorándome por completo, mientras yo, allí plantado delante de ellos, permanecía en silencio, preguntándome qué cojones hacía yo allí sin reaccionar, a la espera de aún no sabía qué veredicto por su parte.


En eso, vi regresar al chico. Cuando llegó a nuestra altura, el hombre que desde un principio había llevado la voz cantante le preguntó:


—¿Qué ta disio?


—Dise quel payo puee subí


—Payo, ahora te viene conmigo, que te quieren hablá


—¿Quién quiere hablar conmigo?


—Tú chitón y tira palante


De esta manera, permití que aquel individuo me condujese hasta el bloque central de viviendas, en el corazón del barrio.


Cuando entramos, me sorprendió ver que el interior de la finca se veía notablemente bien conservado en comparación con el resto del lugar. A pesar de ello, el ascensor no funcionaba y tuvimos que subir por las escaleras.


Al llegar al tercer piso, me indicó que entrara por la única puerta abierta de las cuatro que tenía el rellano. Dudando, me encaminé hacia ella mientras él se quedó sentado en la escalera.


Al acceder a la vivienda, me encontré con un pasillo en el que una mujer joven y vestida con la típica indumentaria tradicional de las mujeres gitanas, sencilla, pero correcta e impoluta, aguardaba mi llegada.


—Bueno día, caballero. Er señó Francizco le ta perando.


—Buenos días. Muy bien, muchas gracias. Después de usted —le dije, extendiendo el brazo hacia delante cortésmente.


Seguí a la mujer por el pasillo hasta una sala situada al fondo de este. En el trayecto pude observar como a ambos lados había puertas que daban paso a otras habitaciones, de todas ellas, dos estaban abiertas: una se correspondía con una pequeña salita y otra con la cocina y por lo poco que pude ver por lo fugaz del momento, en ambas estancias reinaba una pulcritud absoluta.


A decir verdad, todo lo que pude ver de aquella vivienda estaba en un estado de conservación y limpieza óptimos que contrastaban notoriamente con la tónica general del lugar.


El pasillo terminaba o desembocaba en una última sala; la mujer abrió la puerta de la misma y, franqueándome amablemente el acceso, me invitó a pasar.



Sin ya dudas, entré en la estancia y quedándose fuera, ella cerró la puerta. Se trataba del típico comedor o salón que se puede encontrar en cualquier casa. Un mueble aparador, un sofá, la omnipresente televisión, una amplia mesa de comedor clásica con sus correspondientes sillas de madera labrada, etc.


En definitiva, no había nada fuera de lo común, pero lo que realmente me importaba de todo aquello era la figura solemne que, sentada, presidiendo la mesa, me analizaba con mirada inquisitorial.


Se trataba de un hombre adulto, de tez trigueña, con traje y camisa negros, como si vistiera guardando luto. Sobre la mesa descansaba un sombrero de fieltro, también negro, y un robusto bastón con empuñadura de marfil amarillento se encontraba a su lado, recostado contra el canto de la mesa.


Me quedé inmóvil frente a él, analizándolo de igual forma que él lo hacía conmigo. Tardé unos segundos, pero al final mi cabeza asoció aquel rostro ajado por los años con los recuerdos que yo conservaba de mi niñez.


—¿Frasquito, eres tú? ¡Claro que eres tú! —dije, sonriendo, con una visible muestra de alegría y avanzando hacia él.


—ai parao, payo. Yo soy Don Francisco o Señor Francisco; ni Frasquito, ni Frasco, ni Paco, ni Paquito. ¿Tamos?


—Está claro. Disculpe usted, señor Francisco —dije, perdiendo mi rostro toda muestra de la alegría inicial.


—... Er Javi... ya ni macordaba de ti.


—Discúlpeme, señor Francisco. Con todo el respeto, yo soy Don Javier o Señor Javier; ni Javi, ni Javichu, ni Javierico, ni Javiercito. ¿Estamos? —contesté, contraatacando con sus propias armas, reclamando el mismo respeto que a mí se me exigía.


—¡Ma que tiene cojone!. Er mismo Javi de toa la via... perdone uté, quería desir er mismo Don Javier... —exclamó riéndose, después de levantarse, acercándose a mí con los brazos extendidos.


Frasquito, me abrazó y, separándose un poco, pero sin llegar a soltarme del todo, se quedó mirándome a los ojos...


—¿Can pasao... veinte año?


—Veintidós, exactamente.


—Malegro verte, quiribó


—Yo también... Frasquito —le dije en tono fraternal, nostálgico y cariñoso, y un poco en tono de coña por su recibimiento, tras lo cual los dos rompimos en carcajadas.


—Vamo, siéntate. ¡Isabel, traeno do vino! —le gritó a la que supongo sería la muchacha que me recibió y que debía estar tras la puerta esperando los requerimientos de Frasco.


Al momento, Isabel entró trayendo dos vasos y una botella de vino tinto, a la vez que pedía permiso para entrar diciendo —con su permiso, padre—


Dejó un vaso delante de cada uno y, después de servirnos el vino, volvió a salir de la habitación.


Frasco, alzando el vaso, propuso un brindis al que yo correspondí.


—¡Por mi quiribó!


—¡Por mi quiribó! —y los dos bebimos apurando los vasos que rápidamente Frasco rellenó.


—Tas hecho un señorito. Lo que habrán pensao los del barrio cuando tan visto llega hecho un pincel —dijo lanzando una sonora risotada, a la que yo no pude más que sonreír.



—¿Y tú?. Por lo que he visto, de nieto de patriarca a Kaló de barrio.


—Sí —contestó, aflorando a su rostro una repentina tristeza.


—¿Qué ocurre, hermano? ¿Algo no va bien, verdad?.


—¿Hase falta que pregunte? ¿No has visto el barrio? ¿Esto ta malemente, ta muerto. Nadie hase na po nosotro.


—La verdad es que cuando he visto cómo está todo... nada que ver con lo que fue.


—Así he, Quiribó. Pero ante aún era peo. Po lo meno, ahora la ley la pongo yo, no los narco que mandaban ante aquí.


—¿Narcos?...


—Sí, pero no encargamos dellos. Ahora hay muso dineros de droga, pero son pa nosotro y no pa payos de fuera.


—Es decir, que ahora el padrino eres tú —comenté en tono sarcástico, a lo que él correspondió riéndose, dejando la incógnita en el aire.


—Vamo a dejá to eso pa luego. He tao ma de veinte año preguntándome cuándo apareserías po la puerta a cobrate la deuda que tengo contigo. Siempre he sabío que este día llegaría. ¿Qué nesesita de mí, Javier?


—Hace casi veintitrés años, le salvé la vida a tu hermano y te la salvé a ti. Aún sigo pensando que la suerte estuvo de mi lado y aquello fue de puro milagro que saliera bien, pero ya te lo dije en aquel momento y te lo repito ahora... Nunca me debisteis nada y siempre pensaré de igual manera.


Pero sé que tú y tu gente siempre os sentiréis en deuda conmigo, los gitanos sois así. Voy a pedirte una cosa y tanto si me dices que sí como si es que no, tú y yo estaremos en paz y no me deberás nada.


—Pide, quiribó


—Quiero venderte una deuda


—¿Sangre o parné?


—Parné, que merecería sangre, pero lo dejaremos en parné


—¿Cuánto?


—80.000 Euros


—Vale. Te daré 60.000, ¿te parese bien?


—No quiero 60.000


—El presio siempre lo digo yo, pero eta ve... ¿Cuánto quiere que te dé?


—Quiero tu palabra de que el día que te reúnas en la eternidad con los tuyos les dirás que os marchasteis sin deberme nada y que tu abuelo, tu padre, tu hermano y tú podréis descansar con vuestro honor cumplido.


—¿Qué dise, quiribó?, no te cobra mi deuda y ademá la tuya, me la quedo yo? ¿Qué quiere, que te deba do?


—Don Francisco, me ha preguntado mi precio y yo se lo he dado... ¿Va a pagarme o rechaza comprar la deuda?


—Javi...


—Frasquito... es mi precio. ¿Lo vas a pagar?


—... Lo voy a pagá. Dime un nombre


—Mari


—¿Mari?... ¿Qué Mari?... ¿La Mari?... ¡¿Tu Mari?!


—Sí


—Pero...—no lo dejé terminar la frase


—Aquí tienes todo lo que te hace falta para cobrar el dinero, solo te pido una cosa... que nadie más lo vea, únicamente tu veras el video que hay aqui. Dame tu palabra —le dije, sacando una memoria USB del interior de la americana y entregándosela.



—La tiene, hermano. ¿Cuánto tiempo quiere que le de pa pagá?. ¿Un me como a tos o ma?


—Lo que tú quieras, a mí me da igual.


—Pero... Javi. ¿Que pasa si...?


—¿si no paga?


—Javi... ques tu María...


—Lo poco que quedaba de mí María, murió la noche que se  grabó este video, y  con ella parte de mi alma... Si no paga... es tu negocio, y tu pusiste las reglas,  no creo que yo tenga que decirte cómo llevarlo.


—¿Y despue, qué hago con er pincho ete?


—Destrúyelo.


—Mu bien, quiribó. Etamo en pa. Ya no te debemo na


Después de aquello, estuvimos hablando de cómo había sido nuestra vida durante todos aquellos años y hablando de la parte que compartimos de críos. Insistieron en que me quedara a comer y a media tarde me despedí de ellos y me marché.


Frasquito me acompañó hasta la entrada del barrio y allí nos despedimos con un abrazo y me pareció que el brillo de sus ojos presagiaba lágrimas que él se esforzaría por ocultar; por ese motivo no prolongué la despedida y me fui antes de que aquello aconteciese.


Lo curioso es que, durante todo el trayecto desde su casa hasta la entrada del barrio, las personas con las que nos cruzábamos me miraban y levantando la mano decían: —Adio Seño Javie—...


Aquello me confirmó que sabes cómo comienzan las cosas, pero nunca sabes cómo acabarán.


Poco más de un mes después de aquella visita, Mari se encontraba en el parking subterráneo del hospital, se marchaba a casa después de visitar a un ausente Marc.


Estaba delante de su coche buscando, malhumorada, las llaves del vehículo en su bolso cuando una destartalada furgoneta Ford Transit blanca, sin ventanas en la caja, se detuvo a su espalda.


Antes de siquiera girarse hacia el vehículo que se había detenido tras ella, la puerta lateral de este se abrió y dos hombres con pasamontañas negros, agarrándola con fuerza por los brazos y tapándole la boca para impedir que chillara, la introdujeron rápidamente en él.


Segundos antes de recibir un fuerte golpe en la cabeza, que la sumergiría en la más profunda y negra de las oscuridades, alcanzó fugazmente a ver a su hermana, inconsciente, maniatada, amordazada y tirada en el piso, al fondo de la furgoneta.


La cámara de seguridad del parking la grabó saliendo del ascensor, y aquella fue la última vez que alguien contempló su imagen.


Muchas veces me he preguntado qué debió ocurrir, ¿por qué no pagó?, ¿Si es que no quiso o no pudo?, ¿Y dónde acabaron ella y su hermana?


En ocasiones he estado tentado de ir a visitar a Don Francisco y preguntarle, pero nunca lo he hecho. Esos son asuntos del barrio y solo su Kaló conoce los secretos que allí nacen y que un día, sin llegar a ver la luz, allí ... Morirán.

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